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Había cerrado la noche. Venturita encendió la lámpara veladora, y después se fué. Pablo, viendo a su madre mejor, y no teniendo ya ocasión de ejercer sus derechos señoriales en los pasillos de la casa, fué a dar una vuelta por el café. Quedaron madre e hija en la alcoba; la primera en la cama, tranquila ya; la segunda, sentada cerca de ella.

Ana leía sentada en su banqueta de lona blanca con franjas azules, mientras sujetaba la caña con la mano izquierda, sin más fuerza que la necesaria para que la corriente no la llevase.

Leonor se quedó sentada en su sofá, inclinada la cabeza y humedecido su hermoso y pálido rostro con las lágrimas que por largo tiempo había logrado contener. De repente se volvió dando un grito. Estaba en los brazos de su marido. Entonces estallaron sus sollozos; pero sus lágrimas eran dulces.

Sentada en una silla, junto á una mesa, apoyado en ella un brazo, y en la mano la cabeza, había una mujer joven y hermosa, pero triste, pensativa y á todas luces contrariada. Esta mujer era Luisa, la esposa del cocinero mayor de su majestad.

Dormitaba Torrebianca en ella ocupando un sillón de lona. Su esposa, sentada en otro sillón, tenía la frente entre las manos, en una actitud trágica. Persistía en su pensamiento la misma pregunta desesperada: «¿Dónde he venido á caer?...» Durante los días pasados en Buenos Aires, encontró tolerable su destierro.

La veía sentada al sol en el balcón, inclinada sobre su costura; la veía gozar del descanso de mediodía bajo los frondosos tilos del jardín; la veía, mientras la voz de su marido retumbaba en el patio y junto a ella la cafetera cantaba su dulce canción; la veía, esperando que él entrase, seguir con mirada soñadora los copos de nieve que revoloteaban en el aire.

...¡al contrario!... vi que la «Pampita» estaba sentada en el corredor, leyendo, y tan absorbida en la lectura que no me sintió llegar hasta que estuve junto al corredor, bajo ese aguaribay grande, ¿se acuerdan? que está a la derecha.

Entré rápidamente sin haber formado una idea definida de lo que iba a decir o hacer, pero formalmente decidido a romper aquella armadura de hielo y ver si debajo de ella vivía aún el corazón de mi antigua amiga. La encontré en su gabinete particular en el cual no había más lujo que de flores, vestida muy sencillamente, bordando sentada cerca de un veladorcito.

Aplicose éste a la uña y a las habas como si hiciera un siglo que no había comido, y la tía Zarandaja, que estaba sentada de media anqueta a un extremo de la mesa, esperó en vano a que el rapista la hablase..

Era un ángel de fuego que me precedía, me llevaba, me arrastraba, no sabía a donde. Ahora ya lo . Ese ángel divino me ha traído a una casa de locos. Volví a su lado perfectamente tranquilo. Es decir fingiendo de una manera perfecta una perfecta tranquilidad. Ella estaba sentada en un sillón junto a la chimenea y arreglaba tranquilamente el fuego.