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Aquí los tienes dijo sentándose al lado de su hermano. Mira a mamá ¡qué bien está! Tan guapetona como siempre añadió guiñando un ojo y apuntando con los labios a su madre, que estaba sentada de espaldas a ellos. ¿No te apetece darla un beso?... Vamos, dáselo...

El vestido era negro, hábito de los Dolores, con una correa de charol muy ancha y escudo de plata chillón, ostentoso, en la manga, ceñida a la muñeca de gañán con presillas de abalorios. Estaba sentada delante de un escritorio de armario con figuras chinescas, doradas, incrustadas en la madera negra. Se levantó, abrazó a la Regenta y besó la mano del Magistral.

Manuel, vas a decirme en seguida quién es esa chiquilla que está aquí sentada a la derecha con un viejo dijo al encargado del café inclinándose y metiéndole los labios por el oído. No puedo darle muchas noticias, Sr. Romadonga. Son padre e hija y me parece que los conoce Remigio, uno de los mozos... Aguarde usted un poco.

La desigualdad del terreno sobre que está sentada la capital lusitana, y el poco interes que se han tomado por su nivelacion posible, hacen que el que la visita y estudia se canse y fatigue al recorrer sus tortuosas calles, en cuesta la mayor parte.

Pasó Bou a otra sala; de allí a un hermoso gabinete, del gabinete a una recatada y obscura alcoba, y allí creyó distinguir a la que buscaba. La escasa claridad no permitía a Juan Bou ver los objetos. Avanzó, empezó a ver bien, y en efecto, allí estaba Isidora, sentada junto a una cama en la cual apoyaba su brazo derecho.

Encontrola en el estado más deplorable, sentada en un rincón del cuarto, tras un sofá viejo, los pies desnudos, el vestido muy a la ligera, encorvada sobre misma, en desorden el precioso cabello. Con ambos índices se tapaba los oídos, y su mirar revelaba espanto de pesadilla.

La encabezan unos jóvenes tachados de demasiado reformistas y avanzados por no decir otra cosa, añadió el secretario mirando al dominico. Hay entre ellos un tal Isagani, cabeza poco sentada... sobrino de un cura clérigo... Es un discípulo mío, repuso el P. Fernandez, y estoy muy contento de él...

Cuando quedó el plato limpio, cual si lo hubieran lamido los perros, se pasó la mano por la boca, restregó los dedos sobre el pantalón, y mirando con ojos tiernos a la señora, sentada al otro extremo de la mesa, exclamó: ¡Ay, señora! ¡yo merezco más lástima que castigo! A buen corazón no me gana nadie, y si no fuera la fatalidad y mi hermano...

Sentada sobre una estera, sobre una estera de palma, pálida como la muerte, como el dolor apenada, tendidas las blancas trenzas sobre la encorbada espalda, trenzas que dicen bien claro que nunca ha sido casada.

Lo demás del dormitorio estaba en sombra; en una media sombra fantástica. Sentada en un sillón, junto a la mesa; apoyado en ella un precioso brazo, que dejaban descubierto hasta el codo los encajes de la ancha manga de su traje; apoyado el rostro en su mano, sola, inmóvil, profundamente pensativa estaba Amparo. Tenía ceñida aún la corona de rosas blancas.