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La señorita Margarita, invisible é inmóvil en la espesa sombra del carruaje, parecía adormecida como su madre: pero cuando alguna vuelta del camino dejaba caer sobre ella un rayo de pálida claridad, sus ojos abiertos y fijos manifestaban que velaba silenciosamente, frente á frente con su inconsolable pensamiento.

Cuando tocó el turno a María sonrió sarcásticamente, y dijo con burda ironía: Tenga usted la amabilidad de acercarse, señorita, y de contestar a las preguntas que este caballero capitán va a dirigirle. ¿Cómo se llama usted? dijo el fiscal. María de Elorza y Valcárcel. De, dee, dee murmuró el general . ¡Siempre los mismos humos aristocráticos!

Salgamos de este mal paso lo más correctamente que sea posible." Al llegar Mauricio á la verja, se abrió el postigo y la señorita Guichard, muy amable, dijo: Entre usted. Le encuentro con mejor salud que la primera vez, por lo que me felicito. Y yo se lo agradezco á usted, porque á sus buenos cuidados lo debo, señora.... Llámeme usted "señorita" dijo Clementina con aire majestuoso.

El encanto, la gracia, la inocencia de la niña no lograron apoderarse por completo de la señorita Guichard, que no fué verdaderamente sensible más que al útil apoyo que le proporcionaba aquella criatura, en su lucha contra Fortunato.

Le preguntaron a Carmen, sin considerar el estado que guarda, que si era cierto que eras novio de la señorita Fernández y que te ibas a casar con ella. A me dio mucha cólera eso; porque comprendí que sólo por averiguar y saber la verdad habían venido. Se estuvieron aquí más de tres cuartos de hora, charlando como unas cotorras.

La señorita Margarita, viva, ligera y alegre, como jamás la había visto, en dos saltos salvó la pradera y tomó una senda que se internaba en la arboleda, subiendo la cuesta. Alain y yo, la seguíamos en hilera.

Y a continuación de este exordio empezó su discurso por el final, mencionando la conversación de la noche anterior con «la buena señorita», de litera a litera, después de haber rezado el rosario.

Meditaba, sin dejar de seguir en sus evoluciones caprichosas las bocanadas de humo, mientras que en el fondo de su ánimo se preparaba sordamente una capitulación de conciencia: Después de todo, mi padrino me ha prohibido que vaya á casa de la señorita Guichard, pero no á los alrededores de esa casa.

Al cabo de un rato dejó caer el hacha de las manos y fijó en mi una mirada de angustia que aún tengo clavada en el corazón. «No puedo más, Pedro; tengo hambre», me dijo. Yo no lo que pasó por entonces, señorita. Se me hizo un nudo aquí, en la garganta, como si fuese á ahogarme.

Y quiso marcharse. No, señorita; oígame Vd. un momento. ¡Si Vd. supiera comprender lo que es para su indulgencia! Sin dejarle acabar, se dirigió a la puerta del despacho, y en voz muy baja, con un mohín encantador, volvió a repetirle: Exigente, exigente.