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Por el hábito que tengo replicó el Canónigo, si estoy por decir que ha entrado en esta casa alguna legión de demonios invisibles que os van a todos revolviendo la sangre. ¿No comprendéis, hijo mío, que ese sandio y tahúr de don Enrique y esa bestia furiosa de Bracamonte no hacen sino vomitar en palabras el hondo despecho de no haber merecido honor alguno en su vida? ¿Y no se os alcanza también que, así como fijen ese alevoso pasquín que leyeron, serán uno y otro degollados por mano de verdugo, con algunos incautos que han dado en seguilles?

Yo me enloquecía, y resolví hacer pagar al inglés maldito los remordimientos que me despedazaban. Pasé á la Guadalupe, cambié mi nombre y consagré la mayor parte del precio de mi delito á la compra de un brick armado, y corrí sobre los ingleses. He lavado durante quince años en su sangre y con la mía la mancha que en una hora de debilidad había arrojado sobre el pabellón de mi patria.

Segunda parte de las comedias de D. Guillén de Castro: Valencia, por Miguel Sorolla, 1625. Engañarse engañando, El mejor esposo, Los enemigos hermanos, Cuánto se estima el honor, El Narciso en su opinión, La verdad averiguada y engañoso casamiento, La justicia en la piedad, El pretender con pobreza, La fuerza de la costumbre, El vicio en los extremos, La fuerza de la sangre, Dido y Eneas.

Es el tiempo propicio de segar las espigas doradas que en ya próximos días, formarán las hogazas del mortal sacrificio. En la áurea patena, y formado con trigos de América, yazga el pan de la Misa sobre el cáliz teñido con la sangre de España. Pueblos fuertes, robustos, hincarán las rodillas en tierra, ante el hondo milagro del amor que las almas auna en la elíptica curva de la breve existencia.

Sobre una mesa de ébano, con señales de haber tenido en otro tiempo incrustaciones, había un crucifijo de marfil rajado y amarillento, con sus gotas de sangre abermellonada y sus clavos de plata.

El señorito de Limioso, no desmintiendo su vieja sangre hidalga, aguardaba sosegadamente, sin fanfarronería alguna, pero con impávido corazón; el abad de Boán, nacido con más vocación de guerrillero que de misacantano, apretaba con júbilo la pistola, olfateaba el peligro, y, a ser caballo, hubiera relinchado de gozo; el Tuerto, encogido y crispado como un tigre, se situaba detrás de la puerta a fin de destripar a mansalva al primero que entrase.

Mamá dice que hay que hacer algo, para no estar en sociedad parada como una tonta. Ya canté el otro día en una reunión de «las magistradas».... Ahora me oirá usted. Mientras tanto, doña Manuela expulsaba del comedor a Juanito. Aquel chico no desmentía su sangre; era ordinario, y su mayor placer consistía en charlar con las criadas. Juanito, hijo mío, deja a Visanteta que ponga la mesa.

5 ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? 6 Este es Jesús, el Cristo, que vino por agua y sangre; no por agua solamente, sino por agua y sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad. 7 Porque tres son los que dan testimonio del cielo: el Padre, la Palabra y el Espíritu Santo; y estos tres son uno.

No, Valentina... ¡Qué ignorante!... me repuso. Pero Martín dice que don Pío les hace a ustedes un curso de astronomía práctica muy curiosa. ¡Oh! broma de Martín; usted ya sabe lo que es don Pío y lo que es Martín. ¿Pero sabe, Julio, que debe ser muy curiosa esa explicación? agregaba sonriendo Valentina. Yo callaba entretanto; toda la sangre me subía a la cabeza.

?Con tus propias manos? iCon mis propias manos! no; fue mi corazon el que marchito el suyo y le destrozo. He derramado su sangre, pero no ha sido la suya. Su sangre ha corrido sin embargo, he vislo su pecho desgarrado y no he podido curar sus heridas.