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Por eso me parece conveniente y hasta juzgo que es preciso que apartes de ella, siquiera sea temporalmente, tu amor ciego y egoísta, para que por su salud pueda velar tan sólo el cariño previsor y desinteresado de su padre. ¿Qué dice usted? ¿Que abandone a Magdalena? ¡Imposible! Por unos cuantos meses solamente.

Sobre todo ¿qué han de decir si nadie ha de leerlo? Ni Quintanar. Nunca ha entendido mi letra cuando escribo deprisa. Estoy sola, completamente sola. Hablo conmigo misma, secreto absoluto. Puedo reír, llorar, cantar, hablar con Dios, con los pájaros, con la sangre sana y fresca que siento correr dentro de . Empecemos por un himno. Hagamos versos en prosa. «¡Salud, salve!

Son poco impresionables, tienen una vida mas material que intelectual, y las fuerzas musculares no están en relacion con las apariencias de su salud. Las afecciones agudas propias de las sales de amoníaco se hallan reducidas al círculo de la fiebre mucosa y de las irritaciones de esta membrana, cuando tienen una influencia importante.

Los hombres iban en busca de sus sombreros y las señoras besuqueábanse al despedirse, murmurando todas el mismo saludo: Hasta el año que viene. Que Dios nos conserve a todos la salud, para ver la procesión. Fueron desfilando todas las familias, y al fin quedaron solas las de Pajares, que esperaban a Juanito o Rafael para que las acompañase a casa.

Con esta gran obra de defensa contra las oleadas maleantes que llegan hasta aquí en épocas determinadas desde los absorbentes centros políticos y administrativos del Estado, ¡si viera usted qué sonido tienen en las concavidades de este recóndito lugarejo los cánticos de las sirenas de allá; las pomposas vociferaciones de los charlatanes y traficantes políticos, esos Dulcamaras embaucadores, encomiando específicos que han fabricado ellos mismos, tomando la salud del pueblo por disfraz de sus codicias personales! ¡Si viera usted cómo disuenan esos cánticos y voceríos entre el acordado son de estas costumbres casi patriarcales!

La marquesa de Aransis, viuda desde el 54, vivía de asiento en París, en Londres durante la temporada o season, parte del verano en un puerto de Bretaña, y algunos inviernos solía venir a España para templar su salud, no muy buena, en el clima de Córdoba, donde tenía casa y posesiones. En Madrid no estaba sino cuatro o cinco días, de paso para Córdoba o Granada.

En los labios sinuosos del paisano se dibujó una sonrisa feroz y se dirigió hacia el sitio que ocupaba. Pero al pasar cerca de la mesa de los literatos percibió a Tristán y exclamó sonriente y espantoso: ¡Adiós, Tristanito! Hace ya una temporadita que no nos hemos visto. ¿Cómo va esa salud? Por Clarita y el chiquitín no le pregunto porque que están buenos. Nanín me lo ha dicho esta tarde.

Y cuando ya la Muerte no tenía ni la bandera, ni la espada, ni la corona del emperador, cantó el pájaro de la hermosura del camposanto, donde la rosa blanca crece, y da el laurel sus aromas a la brisa, y dan brillo y salud a la yerba las lágrimas de los dolientes.

Pablo esperaba, conforme a lo asegurado por el médico, que el malestar de su mujer cesaría, una vez libre de su cuidado; pero no sucedió así: si el niño trajo la alegría a la casa, no devolvió la salud a la madre. Los meses pasaron y la enfermedad fué acentuándose, con caracteres tales, que se cayó por fin en la cuenta de que era una tisis incurable.

Por desgracia nuestra, para que la obra poética o narrativa alcance una longevidad siquiera decorosa no basta que en tenga condiciones de salud y robustez; se necesita que a su buena complexión se una la perseverancia de autores o editores para no dejarla languidecer en obscuro rincón; que estos la saquen, la ventilen, la presenten, arriesgándose a luchar en cada nueva salida con la indiferencia de un público, no tan malo por escaso como por distraído.