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De un salto bajó de su caballo e hizo lo que yo le pedía. ¿Qué quieres hacer? me preguntó. Vas a verlo dije, pero primero suelta los caballos... ¡No faltaba más! dijo Roberto riéndose. Me haces el efecto de quien quiere coger las liebres poniéndoles un grano de sal bajo la cola. E hizo ademán de atar las riendas a un tronco de árbol. ¡Suéltalos! ordené.

3 y le dijo: Sal de tu tierra y de tu parentela, y ven a la tierra que te mostraré. 4 Entonces salió de la tierra de los caldeos, y habitó en Harán; y de allí, muerto su padre, le traspasó a esta tierra, en la cual vosotros habitáis ahora; 5 y no le dio herencia en ella, ni aun para asentar un pie; mas le prometió que se la daría en posesión, y a su simiente después de él, no teniendo hijo.

Aunque hubiese desahogado un poco su cólera en Grano de Sal, el maestro Zeli continuaba midiendo a zancadas el puente, levantando de cuando en cuando el puño y los ojos al cielo, y murmuraba palabras que era imposible tomar por una piadosa invocación.

Sin que sus padres se apercibiesen, escapóse del lugarejo y tomando la direccion de Aten, llegó á este pueblo, donde, sin ser vista, se introdujo en una casa aislada, y apoderándose de toda la sal que pudo encontrar, volvió á Irimo con el producto de su robo.

A puñados sazona con esta sal el Sr. don Francisco Toro Luna, algo a modo de comedia, cuyo título es ¡Día feliz!, que se representó en Córdoba en el teatro circo del Gran Capitán y en Julio del presente año. Sólo dos personajes figuran en la acción, la cual es muy sencilla. Todo el mérito está en el diálogo, natural, gracioso y desenfadado.

Ayúdeme usted, no tenga usted mal genio le dijo Martín a la muchacha tomándole la mano y dándole un duro . Me juego la vida en esto. La muchacha guardó el duro en el delantal, y ella misma sacó dos caballos de la cuadra y fué con ellos cantando alegremente: La Virgen del Puy de Estella le dijo a la del Pilar: Si eres aragonesa yo soy navarra y con sal.

SALSA DE LANGOSTINOS. Con agua, vino blanco, sal y cebolla se cuecen los langostinos y se dejan enfriar; se separan y mondan las colas; los cuerpos y cáscaras se machacan en el mortero, disolviéndolos con agua de su misma cocción, pasando todo por un colador.

Estos intelectuales con fusil se consideraban los paladines de una cruzada civilizadora. Querían que triunfase definitivamente el hombre rubio sobre el moreno; deseaban esclavizar al despreciable hombre del Sur, consiguiendo para siempre que el mundo fuese dirigido por los germanos, «la sal de la tierra», «la aristocracia de la humanidad». Todo lo que en la Historia valía algo era alemán.

FAISÁN. Se limpia y prepara el faisán como todas las aves; se sazonan con sal y se fríen en manteca unas criadillas, se pican después de fritas y se agregan castañas asadas; con ese picadillo se rellena el faisán y se le cubre con lonjas de tocino y ternera.

En vano doña Eugenia agotaba para convencerla toda clase de razonamientos y representaciones. Araceli, en el colmo de la desesperación, torciéndose las manos, exclamaba: ¡Pero mamá de mi alma! ¿qué dirá la duquesa de Colmenar de la Oreja, qué dirá el marqués de Cabezón de la Sal al verse junto a un hombre que se llama Trompeta?