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Por una parte, la sagrada defensa de los trigos, y por otra, las asociaciones de propaganda católica y de religiosidad obrera, devoraban todo su tiempo. Era vicepresidente de unas Ligas, secretario de otras, y consideraba un deber sagrado no faltar a ninguna de sus reuniones.

El doctor Juan Rodríguez de León atestiguó, con la Sagrada Escritura, que la pintura vino del cielo, como revelada, pues Dios mandó a Ezequiel que pintase la ciudad de Dios en un ladrillo; sacó a relucir que, Cosme de Médicis, fue a Espoleto para enterrar a fray Filipo Lippi y habló de la estimación dispensada por Carlos I a Ticiano, y por Felipe II a Sofonisba Cremonense.

Por lo tanto, es un bien para esta pobre mujer pecadora tener á su cargo un alma infantil, un sér capaz de eterna dicha ó de eterna pena, un sér que sea educado por ella en los senderos de la justicia, que á cada instante le recuerde su caída, pero que al mismo tiempo le haga tener presente, como si fuera una sagrada promesa del Creador, que si la madre educa á la niña para el cielo, la niña llevará también allí á su madre.

Por una persona para sagrada, contestó Basilio algo emocionado creyendo llegada su última hora: por una persona que todos, menos yo, creen muerta y cuyas desgracias he lamentado siempre. Imponente silencio siguió á estas palabras, silencio que para el joven le sonaba á eternidad.

No admiten mas que un principio, que es la Sagrada Escritura; y faltándoles la mira al otro principio, que es la tradicion, cometen mil errores, que quieren sostener como fundadas opiniones.

Pero el que no sepa á la vez unirse con amor á los tesoros de belleza que nuestros antepasados nos han legado, ése no llegará á sentarse en la cima sagrada del Olimpo. «Los mejores cantos dice Telémaco en la Odisea son siempre los más nuevosSi se medita un poco se comprenderá que las pasiones humanas, primera materia sobre la cual trabaja el poeta, no cambian, en lo que tienen de fundamental, con el trascurso de los siglos, y aun en la vida social, si el tiempo y el espacio establecen diferencias, no son tan grandes como á primera vista parece.

Lo que está hecho ya está hecho, y debéis sufrir los efectos de mi maldición. Mi palabra es sagrada; y si la retirase, me desconocería á mismo.... Pero ya que he venido á veros, no quiero irme sin dejar un recuerdo de mi visita.

La purísima hostia, con no tener cara, miraba cual si tuviera ojos... y la sacrílega, al llegar bajo el coro, empezaba a sentir miedo de aquella mirada. «No, no te suelto, ya no vuelves allí... ¡A casa con tu mamá...! ¿? ¿Verdad que el niño no llora y quiere ir con su mamá?...». Diciendo esto, atrevíase a agasajar contra su pecho la sagrada forma.

Cuando el sacerdote alzó la sagrada hostia, entre Matildita y otra mujer incorporaron a la enferma, quien nos dirigió una mirada vaga. Al encontrarse sus ojos con los de Olóriz, pintose en ellos un espanto, una angustia, que por largo tiempo tuve impresa su expresión en mi cerebro. Aún hoy no puedo recordarla sin horror. Olóriz se demudó mucho más de lo que estaba.

Yo he hecho a la Virgen una promesa sagrada: he prometido que si da la vista a mi primo he de recoger al pobre más pobre que encuentre, dándole todo lo necesario para que pueda olvidar completamente su pobreza, haciéndole enteramente igual a por las comodidades y el bienestar de la vida. Para esto no basta vestir a una persona, ni sentarla delante de una mesa donde haya sopa y carne.