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Pero el prudente Quino le habló de esta manera: Yo no dudo, Nolo, que vayas á Canzana esta noche, aunque bien sabes que los de Lorío no dejarán de esperarte en el camino. Si todos los hemos agraviado ahora, á nadie más que á ti guardarán rencor. Grande alegría les darías si pudiesen saciar en ti su venganza, porque fuiste quien les preparó la garduña en que cayeron.

Así, cuando se llega á Coblenza, ciudad que ha hecho tan gran papel en la política y la guerra, el viajero se siente bajo la influencia de mil diversas impresiones que le preparan el ánimo para saciar mas y mas su curiosidad. Idea general del país. Coblenza. El castillo de Stolzenfels. El Rin abajo de Coblenza. Colonia; su catedral; las fábricas de Juan María Farina.

MÁXIMO. Ambición muy legítima, tía. Fíjese usted en que... El afán, la sed de riquezas para saciar con ellas el apetito de goces. Gozar, gozar, gozar: esto queréis y por esto vivís en continuo ajetreo, comprometiendo en la lucha vuestra naturaleza: estómago, cerebro, corazón.

Como estos matrimonios se efectúan sin que de parte de los contrayentes haya precedido aquella inclinación que une las voluntades, se juntan como dos brutos, con sólo el fin de saciar el apetito de la sensualidad; y como la comunidad dispone a su arbitrio de sus personas, nunca pueden conocer ni disfrutar de aquellas conveniencias que proporciona el matrimonio, ni mirarlo como un vínculo que les facilita el cuidarse mutuamente para su felicidad y la de su prole, y así se miran regularmente con indiferencia hasta la muerte; en la que, cuando sucede la de alguno, tiene poco o ningún sentimiento, porque no pierden ninguna conveniencia ni bienestar.

That live to weep, and sing their fall. Grey, oda X. Yertos están sus labios generosos Sellados por la muerte y la quietud; Mudos están sus ecos dolorosos. Mudo tambien su armónico laud. Mústios están los ojos que abatia Al contemplar un libro amarillento, Buscando en él como en la fuente fria Saciar su sed el viajador sediento.

También esto concordaba con un pensamiento de D. Baldomero, que decía: «Cuando el país remite, y fortalece con su opinión la autoridad, no es que ame verdaderamente el orden y la ley, sino que se pone en cura y hace sangre para saciar después con mejor gusto el apetito de las trifulcas». Quedó, como he dicho, tan desarmada Jacinta, que no podía ser más.

Cuando toda esta gente se marchó, anunciando que volvería al día siguiente con nuevos víveres, el gigante, sentado en la arena, pudo saciar su hambre con holgura. Hacía mucho tiempo que no había saboreado una comida igual. Hasta encontró agradable la existencia á la intemperie, siempre que Flimnap cuidase de su alimentación.

Yo ni puedo, ni quiero, ni debo consentir extravagancias tan criminales. ¿No comprende esa mujer de Satanás que la educación que ha dado á su hija, que esos terrores que le ha infundido son como un veneno? ¿Quiere saciar el odio que me tiene, asesinando á su hija, porque también es mi hija? Comendador, ten sangre fría; mira que te engañas.

Para describir los malos efectos que causa en las costumbres el desordenado amor propio, es menester recurrir á la Filosofía moral, porque segun yo pienso, la inclinacion que los hombres tienen á la grandeza, á la independencia, y á los placeres no son mas que el amor propio disimulado, ó lo que es lo mismo, todas aquellas inclinaciones no son otra cosa, que el apetito que tienen los hombres de su conservacion y de su bien, pareciéndoles que le han de saciar con la grandeza, con los placeres, y con la independencia: apetito que si no se regula, como he dicho, ocasiona grandes daños.

Abrió D.ª Gregoria la puerta, y penetraron en ordenada falange como una docena de personas de uno y otro sexo, y de diferentes edades y fachas, las cuales personas eran los vecinos más adictos al Gran Capitán, y además entusiastas creyentes de sus noticias, por lo cual acudían todas las mañanas cuando aquél regresaba de la oficina, con el anhelo de saciar en la fuente más pura y cristalina la ardorosa curiosidad que entonces devoraba a los habitantes de Madrid. ¿Debo detenerme en enumerar a tan dignas personas? ¿Para qué, si el lector no necesita conocer al lañador, ni al talabartero, ni tampoco a D. Roque, el arruinado comerciante, ni al Sr. de Cuervatón, ni menos a las niñas de la bordadora en fino?