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Si al menos la dejara salir a la calle siempre que ella quisiera indicó Relimpio embuchándose el café, mientras el otro se rompía las mandíbulas para sacar humo del duro cigarro Pero quia, quia. Tiene que valerse de mil tretas para salir. La pobre lleva ya tres meses de esta vida y no cómo aguanta. ¿Al teatro?

Entonces el poeta animado por el tufillo de gloria que le entraba por la nariz se aventuró a sacar de la cartera una poesía que había terminado el día anterior, aunque adivinase que no era muy a propósito para ser leída en una reunión mundana. En efecto, la poesía se titulaba Mi cadáver. Era una visión fúnebre de lo que sería su cuerpo después de la muerte.

Y luego, cuando entraban en la casa, ella con la bolsa vacía, él doblado bajo el grato peso de la cesta, ¿quién no se conmovería viéndole sacar todo con amor para enseñarlo a las chicas, y poner cada cacho de turrón ordenadamente sobre la mesa, diciendo a qué clase pertenecía cada uno, y regañando si algún ignorante confundía el de yema con el de nieve?

Pues hijo, de algún lado hay que sacarlo; ni un cuarto se malgasta... ¿Qué haríamos? Ahora, acostarnos; cada cual a su cama. Dejadme a : creo que don Luis nos ha de sacar de apuros. Al menos yo he de hacerle un favor que... en fin, ¿quién sabe? Adiós mamá; y , fea, cara de mona, hasta mañana. Y dando un beso a cada una, las echó suavemente del comedor.

Los heridos gemían encorvados ó permanecían en el suelo, apoyada la espalda en un árbol, con un mutismo doloroso. Algunos habían abierto la mochila para sacar su bolsa de sanidad y atendían á la curación de los desgarrones de su carne. La infantería disparaba ahora sus fusiles incesantemente. El número de tiradores había aumentado.

Aquel dinero que tal vez llevaba en el bolsillo, más de treinta mil pesetas, representaba los últimos esfuerzos de su madre para sacar a flote la fortuna de la familia, puesta en peligro por las genialidades de don Ramón.

Así fue, y la verdad es que la pasaron todos muy mal, incluso Encarnación, que se dormía en pie. A la mañana siguiente, subió Estupiñá a preguntar por toda la familia con un interés del cual Segunda sabía sacar partido. «¿Cómo ha pasado la noche la mamá? Y el niño, ¿qué tal?

Precisamente su resistencia á este empleo era lo que más provocaba la ira de la tía Carpa, que proyectaba sacar un buen pescador de su hijo, á quien, velis nolis, había ya matriculado, y, por ende, sujetado á las ordenanzas de la Comandancia de Marina.

Luego añadió con ingenuidad, como si quisiera desvanecer el gesto de escándalo y tristeza que se marcaba en el rostro del Nacional: Yo quiero mucho a Carmen, ¿te enteras? La quiero como siempre. Pero a la otra la quiero también. Es otra cosa... no como explicártelo. Otra cosa, ¡vaya! Y el banderillero no pudo sacar más de su entrevista con Gallardo.

Como que yo he de llevar la contabilidad. Es una idea humanitaria. Ya no habrá más pobres por las calles... Volviendo a lo mismo, Marianín, te diré que la vi ayer en misa. Por la tarde fui a sacar al niño a paseo. ¡Ah!¿No sabes? Lo del pleito va bien. Hombre, si te veremos al fin...».