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Al mismo tiempo, su ministro de la Guerra fruncía las cejas, llevando instintivamente la diestra á la empuñadura del sable. Miguel reconoció al futuro enemigo en esta horda sucia y revoltosa. Con estos monstruos contaba su adversario infernal para triunfar en el porvenir.

Teniendo hacia fuera el filo del sable, los hería con la punta en el cuello, buscando partir la yugular del primer golpe. ¡Tac!... ¡tac!... marcaba el capitán, evocando ante mi esta escena de horror.

Eran hombres que se habían echado el alma á las espaldas, de rostros tostados por el sol y grandes y espesas barbas; sus pantalones, cortos y anchos, estaban sostenidos por un cinturón, que á veces cerraban placas ó hebillas de oro, y del cual pendía siempre un gran cuchillo, y en algunos casos un sable.

Se alzaron dos verticales sobre las cabezas: el brazo del sacerdote trazó en el aire un signo, el sable del jefe del piquete relampagueó al mismo tiempo lívidamente... Un trueno seco, rotundo, seguido de varias explosiones tardías. Sintió lástima don Marcelo por la pobre humanidad al ver las formas grotescas que adopta en el momento de morir.

Creyó oír una voz, la de algunos de aquellos fantasmas negros que, sable en mano o disparando tiros, pasaban ante sus ojos espantados que todo lo veían envuelto en densa niebla. Déjale: ¿no ves que es un señorito?... Por primera vez en su vida se dio cuenta de las ventajas y privilegios de aquel traje que era para él un uniforme de miseria.

Ya veréis, señor cura, empuñaré un sable y degollaré a mi tía como Judith a Holofernes. ¡Esta chica está hidrófoba! exclamó desolado el cura. Estese un momento quieta, señorita, y no diga disparates. Convenido, señor cura; pero entonces declarad que Judith no valía ni un céntimo. Recostose el cura en la chimenea, e introdujo delicadamente una narigada de rapé en sus fosas nasales.

Bebé se escurre de la cama, va al tocador en la punta de los pies, levanta el sable despacio, para que no haga ruido... Y ¿qué hace, qué hace Bebé? ¡va riéndose, va riéndose el pícaro! hasta que llega a la almohada de Raúl, y le pone el sable dorado en la almohada. La última página La Edad de Oro se despide hoy con pena de sus amigos.

En todo eso estaba pensando Bebé. Bebé estaba pensando. El sable está allí, encima del tocador. Bebé levanta la cabeza poquito a poco, para que Luisa no lo oiga, y ve el puño brillante como si fuera de sol, porque la luz de la lámpara da toda en el puño. Así eran los sables de los generales el día de la procesión, lo mismo que el de él.

Cachucha bajó con ligereza del caballejo y corrió hacia la casa por donde había desaparecido el perro, agitando el sable en el aire con nerviosa mano y exclamando con toda la fuerza de sus pulmones: ¡Compañeros, salvemos a nuestro padre, salvemos a nuestra providencia! =El indulto= Don Salvador Bueno era el vecino más respetable, más sabio, más caritativo y más rico del pueblo.

Un grupo de oficiales de Infantería y Caballería ocupaba un banco entero, y el sol parecía concentrarse allí, atraído por el resplandor de los galones y estrellas de oro, por los pantalones rojo vivo, por el relampagueo de las vainas de sable y el hule reluciente del casco de los roses.