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De pronto mi guía se paró delante de una puerta, la que abrió con su llave, y me encontré dentro de una diminuta y desnuda celda, sin alfombra, cuyo mobiliario se componía de una cama de ruedas, una silla, una mesa-escritorio y un estante de libros bien provisto. En la pared había un gran crucifijo de madera, delante del cual se persignó al entrar. Esta es mi casa explicó en inglés.

Era un vals el imperio, que andaba a compás, con mucho orden, al gusto del maestro de música. Hasta que una noche, cuando estaba el pájaro en lo mejor del canto, y el emperador lo oía, tendido en su cama de randas y colgaduras, saltó un resorte de la máquina del ruiseñor; como huesos que se caen sonaron las ruedas, y paró la música. Se echó de la cama el emperador, y mandó llamar a un médico.

Describir el largo y tedioso viaje de vuelta del Mediterráneo al Canal, oyendo siempre el crujido de las ruedas, y con la misma monotonía, interrumpida únicamente por el anuncio de que la comida estaba servida, es inútil.

TERNERA CON ZANAHORIAS. Se coloca en una cazuela un trozo de ternera buena, una cebolla cortada a ruedas, una cabeza de ajos, perejil, una jícara de aceite, otra de caldo, un poco de manteca, media jícara de vinagre y zanahorias bastantes. A fuego muy lento se hace hervir unas dos horas y media, y después se aplasta bien la cebolla con una cuchara de madera, para que espese la salsa.

SOLOMILLO DE CERDO RELLENO. Se abre y extiende como el otro; se rellena con tiras de jamón, huevos duros y tiritas de puerro y cebollas; se ata fuerte y sazona de sal y zumo de limón; se pone en una besuguera donde habrá manteca bien caliente, dorándole por los dos lados, y mezclando a la grasa un picadillo de cebolla. Se corta en ruedas y se pasa a la salsa.

Ya comenzaban en el puchero humano de la Corte a hervir hombres y mujeres, unos hacia arriba, y otros hacia abajo, y otros de través, haciendo un cruzado al son de su misma confusión , y el piélago racional de Madrid a sembrarse de ballenas con ruedas, que por otro nombre llaman coches, trabándose la batalla del día, cada uno con disinio y negocio diferente, y pretendiéndose engañar los unos a los otros, levantándose una polvareda de embustes y mentiras, que no se descubría una brizna de verdad por un ojo de la cara , y don Cleofás iba siguiendo a su camarada, que le había metido por una calle algo angosta, llena de espejos por una parte y por otra, donde estaban muchas damas y lindos mirándose y poniéndose de diferentes posturas de bocas, guedejas, semblantes, ojos, bigotes, brazos y manos, haciéndose cocos a ellos mismos. Preguntóle don Cleofás qué calle era aquélla, que le parecía que no la había visto en Madrid, y respondióle el Cojuelo:

Apenas si barquichuelos de uno ó dos remos se reflejan en los remansos donde las aguas se acumulan antes de caer sobre las ruedas de la fábrica y poner en movimiento muelas y engranajes.

El primer día, Gabriel volvió varias veces la cabeza con alarma, creyendo que unos pasos sonaban detrás de él. Fuera del templo aún lucía el sol. Brillaban las ruedas de colores del rosetón de la gran portada como un plato de flores luminosas. Abajo, entre las pilastras, la luz parecía aplastarse con la sombra.

No se percibía otro ruido que el chirriar de las ruedas y el de la lluvia batiendo el imperial, cuando de repente la diligencia se paró, y oímos unas voces que llegaban confusamente hasta nosotros.

Tornos enormes marcaban en la penumbra sus ruedas dentadas y mohosas, sus manivelas y maromas, como olvidados aparatos de tormento. Era la maquinaria oculta de las grandes representaciones religiosas. Con estos artefactos se izaba el grandioso dosel del Monumento de Semana Santa.