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Pero no permitía que su marido le preguntase siquiera por su estado, y un día le respondió con una crueldad sangrienta: Esto va bien, sufro mucho. Don Diego sacó la cabeza por la ventanilla y sus lágrimas cayeron sobre las ruedas. El viaje duró tres meses, sin cambiar ni el humor ni la salud de Germana. No estaba mejor ni peor: arrastraba la vida.

FIAMBRES. Se toman unas rebanaditas de pan, se untan de mantequilla por un solo lado y se ponen unos trocitos de jamón o lengua a la escarlata encima de la mantequilla y se cubre con otra; se les pone peso encima durante unas horas, y después se cortan a cuadraditos, sirviéndolos en una fuente cubierta con una servilleta; se ponen formando pirámide y se adorna la fuente con aceitunas y ruedas de salchichón.

Así han ido pereciendo una a una nuestras mas preciosas antiguallas; mas ¡qué mucho que en nuestro siglo eminentemente prosáico se hayan igualmente deshecho muchos inestimables objetos del arte de la edad media, si el siglo del renacimiento le dió el ejemplo! Segun el citado cronista era el mimbar una especie de carro con cuatro ruedas, y solo tenia siete gradas. Al-Makkarí, loc. cit.

Bajar allí me estaba prohibido, y tampoco tenía deseos de ello, desde que, en la baraúnda de un día de mercado en que mi padre me había llevado, me vi casi aplastada entre las ruedas de un carro.

Oyóse asimismo un espantoso ruido, al modo de aquel que se causa de las ruedas macizas que suelen traer los carros de bueyes, de cuyo chirrío áspero y continuado se dice que huyen los lobos y los osos, si los hay por donde pasan.

Hízose así, y él volvió en su acuerdo, a tiempo que ya un carro de las rechinantes ruedas llegaba a aquel puesto.

Unos trineos de madera, dispuestos en forma de cajas, reciben sobre el carruaje, y los dos listones que forman su base, resbalan admirablemente bien sobre el pavimento, de nieve y hielo. Los caballos arrastran las diligencias con mas facilidad que si estuvieran armadas como en el resto del año, con ruedas, y el movimiento es tan igual y tan suave como el de los caminos de hierro.

Ese camino baja hacia el río... Y allá, en el fondo, aparece el molino, el objeto de sus sueños. ¡Cómo brilla el viejo techo de paja por arriba de los grupos de árboles! ¡cómo hacen resaltar los cerezos en flor su blancura de nieve en el jardín! ¡Cuán alegremente le grita el tictac de las ruedas! «¡Bien venido seas, bien venido seas!» ¡Qué dulce canción murmura la vieja y querida presa, cubierta de musgos verdes!

Sus ojos estaban fijos en el féretro blanco y dorado que se mecía con el traqueteo de las ruedas, dejando en su memoria la impresión de una nubecilla surcada por rayos de sol. También debía estarse bien allí. Mejor que en los calabozos que antes contemplaba con envidia.

Su formidable golpe machacaba el hierro como blanda pasta, y esas formas de ruedas, ejes y raíles, que nos parecen eternas por lo duras, empezaban a desfigurarse, torciéndose y haciendo muecas, como rostros afligidos. El martillo, dando porrazos uniformes, creaba formas nuevas tan duras como las geológicas, que son obra laboriosa de los siglos.