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Estaba descontenta de misma; tal vez doña Rebeca tenía un poco de razón; acaso había algo de ingratitud de su parte en aquella involuntaria fatiga que le causaba la ropa negra, vieja y pesada.

Ocho días duró la congestión pulmonar, y cuando Duhamel ordenó a Pilar levantarse, porque la cama acrecentaba el recargo y agotaba sus fuerzas, era aquella criatura un espectro; a los caracteres asaz tristes de la anemia, se unían ahora otros más alarmantes. Al vestirse, sus miembros no sostenían la ropa, que se escapaba del cuerpo como de un maniquí mal relleno.

No pensaba en desgracia alguna, cuando me han avisado que un niño ha caído dentro de la lejía caliente que su madre tenía para limpiar la ropa: ha sido un gran descuido. Espero salvar a la pobre criatura. 2 de septiembre de 1801. Estoy enferma de inquietud y sobresalto. Ayer fuimos otra vez castigados por una horrorosa tempestad que ha acabado de destruir nuestras cosechas.

Al tentarse, su persona sonaba á porcelana. Hasta la ropa era dura, y nada diferente del cuerpo. Cuando, solo ya con su mujercita, la estrechó entre sus brazos, no experimentó sensación alguna de placer divino ni humano, sino el choque áspero de dos cuerpos duros y fríos. Besóla en las mejillas, y las encontró heladas. En vano su espíritu, sediento de goces, llamaba con furor á la naturaleza.

La exigencia de los pigmeos resultaba tan cómica, que ahogó en él todo intento de indignación. Pero volvió á fruncir el ceño cuando el profesor le pidió que se despojase de su chaqueta y sus pantalones, conservando únicamente la ropa interior. No me diga que no, gentleman suplicaba Flimnap juntando las manos . Siga mis consejos.

No lo podía evitar: tenía esa vanidad madrileña que pretende cubrir con perifollos de seda la falta de ropa blanca, y que prefiere el adorno de la sala al cuidado de la alcoba. Pepe participó también, en cierto modo, de ese sentimiento que tiende a ocultar al prójimo la propia miseria.

Había vivido algún tiempo en Francia, dirigiendo un gran establecimiento de ropa blanca, y tenía hábitos independientes y mucho tino mercantil. La segunda, Olimpia, había estado asistiendo al Conservatorio siete años seguidos, y obtenido muchos premios de piano.

En realidad, no era gran cosa, pues andaba por el buque ligero de ropa, con el impudor de un hombre que ve mal y se considera más allá de las preocupaciones humanas. Una camisa con el faldón siempre flotante y unos pantalones de sucio algodón ó de bayeta amarilla, según las estaciones, eran su vestimenta.

Los dos se habían visto obligados á cambiar de ropa todas las noches, para no parecer «inarmónicos» como decía el español en medio de esta elegancia absurda creada por la presencia de Elena. Como el norteamericano estaba fatigado de su trabajo en los canales, tuvo que sofocar numerosos bostezos, y al fin se levantó para retirarse á su dormitorio.

No hay, pues, que compadecerlas a ustedes tanto, porque si la pena es mayor, mayor ha sido también el goce... Pongamos el caso de esa muchacha que está ahí. Esa chica vivía en un estado de marasmo casi vegetativo. Comer, dormir, barrer la casa, lavar la ropa.