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Cedió en seguida la mayordoma: la ropa blanca era su dulce manía. Subieron al piso alto, amontonaron la ropa sucia en una gran cesta, pero antes de colocarla sobre la cabeza de la doncellita, D.ª Robustiana tuvo la condescendencia, para ella siempre sabrosa, de mostrarle una vez más los armarios de la ropa.

JOAQUÍN. Me siento atraído hacia usted por una simpatía de artista. Quiero revelárselo a usted misma. Echa a andar, coge su sombrero y se retira, siempre digno y solemne. El trabajo prosigue. De súbito entra Lafripe, una especie de bohemio sin edad, hirsuto, canoso y con la ropa llena de manchas. LAFRIPE. ¡Ustedes dispensen, señoritas! Acaba de marcharse, caballero.

Vió a Nébel, lanzó una exclamación, y ocultando con sus brazos la liviandad doméstica de su ropa, huyó más velozmente aún. Un instante después la madre abría el consultorio, y acogía a su antiguo conocido con más viva complacencia que cuatro meses atrás.

Escribió Alas su obra en tiempos no lejanos, cuando andábamos en aquella procesión del Naturalismo, marchando hacia el templo del arte con menos pompa retórica de la que antes se usaba, abandonadas las vestiduras caballerescas, y haciendo gala de la ropa usada en los actos comunes de la vida.

Y Dešÿ lo ovierõ crucificado, repartierõ šus veštidos echando šuertes: paraÿ še cumpliešše loÿ fué dicho por el Propheta, Repartieronše mis veštidos, y šobre mi ropa echaron šuertes. Y guardavanlo šentados alli. Y pušieron šobre šu cabeça šu cauša ešcripta, ESTE ES IESVS EL REY DE LOS IVDIOS. Entonces crucificaron con el dos ladrones: uno

Mientras usted estaba en el convento, yo he hecho algunas averiguaciones, y he sabido que el capuchino más popular de todo Lucca, es fray Antonio, y que sus actos de caridad son bien conocidos. Es él quien anda mendigando de puerta en puerta, por toda la ciudad, para conseguir los céntimos y las liras que hacen que los pobres tengan diariamente su ropa y pan.

Mientras sostenía este monólogo, iba sacando de un cajón de la cómoda prendas de ropa blanca, a fin de hacer su equipaje, pues como todas las personas irresolutas, solía precipitarse en los primeros momentos y adoptar medidas que le ayudaban a engañarse a propio.

No, no iremos allí. ¡Estás mojada, criatura! añadió palpando su ropa. Anda, anda. Los dos héroes habían depositado los sables sobre el pretil. Cuando echaron a andar hacia Lancia, llevando a la niña en el medio, allí los dejaron olvidados sin reparar en que la humedad desluce y enmohece el acero.

El mercader de ropas hechas pone á los sastres como hoja de peregil: el sastre viste al mercader de ropa de pascua; y no sabemos qué admirar más, si la ironía del mercader ó la del sastre. En punto á comprar y vender, todo el mundo es poeta á su modo, literato, erudito.

Decían malas lenguas que al hacerse la ropa juntaba los pedazos y se los cosía en la misma piel; también decían que comía alcanfor para conservarse, y que estaba, forrada en cabritilla. Boberías maliciosas son estas de que los historiadores serios no debemos hacer caso.