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»Para ellos los monasterios pobres y sombríos; para nosotros los verjeles, el harem, los baños y las aljamas: aljamas revestidas en lo interior de bruñidos jaspes y esplendorosos estucos, que con su luz y su fragancia transportan al fiel muslim á la casa celeste de la Adoracion construida de jacintos rojos y cercada de lámparas inextinguibles.

Van, vienen, se mueven, se agrupan formando raros dibujos; unas veces son resplandores de un rosa pálido, otras de un azul muy vivo, otras rojos o amarillentos. Poco a poco cubren el mar; las luces se funden, las aguas se impregnan de ellas, y entonces parece que en las profundidades del mar brilla esplendorosa una luna o una lámpara eléctrica de incalculable fuerza.

Cuando aquellos hermosos ojos azules se volvían hacia ella dulces y resignados, cuando aquellos labios rojos se plegaban demandando perdón, la valenciana sentía correr por su cuerpo marchito un estremecimiento de voluptuosidad, algo que le recordaba los goces que su amor adúltero le había hecho experimentar.

La inmensa sábana azul del Océano, donde brillaban tres o cuatro velas como blancas gaviotas, cerraban el panorama. Alrededor de la ermita, las mujerucas de los contornos, entre las cuales había más de una fresca y hermosa aldeana de rojos labios y blancas mejillas satinadas, vendían leche en pucheritos de barro negro.

En una encrucijada chillaba persiguiéndose un grupo numeroso de niños; sobre el verde de los ribazos destacábanse los pantalones rojos de algunos soldaditos que aprovechaban la fiesta para pasar una hora en sus casas.

La vegetación baja se componía de plantas silvestres de acre perfume y vida dura, insensibles á las emanaciones salitrosas; nopales, cuyas palas verdes estaban rematadas por frutos rojos; pequeñas pitas de retorcidas puntas que se enredaban unas en otras como tentáculos de pulpos verdes. Admiró Alicia este jardín.

Aun cuando ya Lady Clara no se interesaba en las declaraciones de Carolina, permanecieron todavía algún tiempo en esta situación. Abandonada a sus pensamientos y deslizando los dedos por entre sus rojos rizos, dejó que la niña desatase toda su charla. No me tienes bien, mamá dijo Carolina finalmente después de cambiar una o dos veces de postura.

Pues una mujer que parecía la Magdalena por su cara dolorida y por su hermoso pelo, mal encubierto con pañuelo de cuadros rojos y azules. El palmito era de la mejor ley; pero muy ajado ya por fatigosas campañas.

Por las tardes, desde lo alto de la casa contemplaba el jardín; en el ángulo del parque los almendros, los primeros árboles cuyas hojas arrancaba el viento de septiembre, formando raro transparente sobre el fondo llameante del cielo teñido por los rojos destellos del sol poniente.

Era indudable que Juan de Aguirre vivía cuando su familia y yo, de chico, asistimos a su funeral. Por las mañanas, al asomarme al balcón, veo el pueblo con sus tejados rojos, negruzcos, sus chimeneas cuadradas y el humo que sale por ellas en hebras muy tenues en el cielo gris del otoño.