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El piso se extiende en baches y altibajos; en el centro destaca el brocal desgastado de un pozo; un labriego, al sol, sobre un poyo de adobes rojos, duerme con la cabeza sobre el pecho y los brazos caídos; junto a él reposa un perro largo, enjuto, negro, luciente. Yo me siento un instante; este sosiego se me entra en el espíritu y aplaca mis ardores.

Aquí, un brazo encogido sobre el mármol, sin más que los huesos y los tendones, tirantes y limpios como si fuesen a vibrar: un arpa para tañerla en una fiesta de caníbales. Más allá, piernas que mostraban el cruzado almohadillamiento de los músculos rojos; troncos abiertos al aire, con el rosa tierno de sus costillajes.

Durante una hora fue aquello un interminable desfile de penitentes con capirotes, penitentes blancos, penitentes azules, penitentes grises, cofradías de mozas con velo, estandartes rojos con flores de oro, grandes imágenes, unas de madera desdoradas y conducidas en cuatro hombros, y otras de loza coloridas como ídolos con grandes ramos en la mano, capas de coro, incensarios, doseles de terciopelo verde, crucifijos rodeados de seda blanca; todo esto flameando al viento, entre la luz de los cirios y la del sol, en medio de salmos, de letanías y de las campanas, que no cesaban de tocar a rebato.

Los rails, abrillantados por el continuo roce de las ruedas, se alejaban hasta perderse en la revuelta de una curva. El polvillo del carbón oscurecía la tierra, marcando las huellas de los carros, y a unos trescientos metros de donde paraban los trenes, indicando la entrada en agujas, empezaban a brillar los farolillos rojos y las señales de la vía.

El foso era lugar también interesante para Martín; las paredes estaban cubiertas de musgos rojos, amarillos y verdes; entre las piedras nacían la lechetrezna, el beleño y el yezgo, y los grandes lagartos tornasolados se tostaban al sol. En los huecos de la muralla tenían sus nidos las lechuzas y los mochuelos. Tellagorri explicaba todo detenidamente a Martín.

El cielo, el muro, el camino, la pradera y el bosque, mirados al través de los vidrios rojos, amarillos, azules y verdes, cambiaban de un modo fantástico; el efecto, mirando al través del conjunto de los cristales, era el de una gama; pero si se miraba al través de un solo cristal, se experimentaba una emoción que variaba según el color.

La huérfana gentil cerró sus ojos, Y hasta arrugó su frente iluminada Por mil destellos rojos, Al pensar en su madre idolatrada... ¡Así Rizal llenó de pensamientos Aquella hora de luz y arrobamientos!... Es arte el de decir hondas tristezas, Revestidas de fuego y de bellezas. De Luna e Hidalgo es el cantor sublime.

Dicho espacio, segun noticias que confirman los Portugueses de Igatimí y lo que informó el Exmo. Sr. D. Manuel Antonio Flores, no sirven para ganados, porque no teniendo barrero, ó la tierra salitrosa, absolutamente necesaria en aquellos terrenos rojos y no calizos, no viven los animales.

Gracias, caballero dijo Leonora saludando con una mano que al moverse lanzó relámpagos azules y rojos de todos los dedos cubiertos de sortijas. Repito lo mismo que dije a nuestro amigo. Pase usted adelante y perdone el modo extraño con que le hago entrar en la casa. Rafael estaba en pie y saludaba con torpes movimientos de cabeza, agarrado a los hierros del balcón.

¡Vida, vida, sangre, calor, pellejo! gritó Migajas con desesperación, agitándose como un insensato. ¿Qué es esto que pasa en La Princesa le estrechó en sus brazos, y besándole con sus rojos labios de cera, exclamó: «Eres mío, mío por los siglos de los siglosEn aquel instante oyóse gran bulla y muchas voces que decían: «¡La hora, la hora