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Dominus Francisquitus cum Carlota ejus sedebat in aureo rincone. ¡Oh quantum erat inflammata Carlota propter vinum!». Conticuere omnes, decía al narrar la ceremonia, y luego contaba cómo había jurado D. Francisco poniéndose de rodillas y extendiendo la mano sobre el crucifijo; cómo le había abrazado el Rey, cómo había el Infante besado la mano de Cristina y de la Princesa.

Lucifer y la Culpa gimen en mortal agonía, y la Naturaleza humana se prosterna de rodillas, adorando al Santísimo. La cena de Baltasar, de Daniel, 5, 5. Este auto, de admirable profundidad, y calculado, no obstante, por su estructura externa para hacer efecto teatral, comienza por un diálogo entre Daniel, que personifica la justicia de Dios, y el Pensamiento, bufón y gracioso.

Su voz indignada, pero tranquila, resonaba en aquel momento como una voz del cielo. Les echó en cara su crimen; los humilló; los hizo temblar; los convenció, y los obligó a ponerse de rodillas para pedir perdón por su delito. Yo creo que temían que un rayo los redujera a cenizas.

Entonces, recordando que Silas procedía de un país desconocido, agregó: ¿Será porque no había iglesia en el país en que nacisteis? ¡Oh, ! dijo Silas con aire meditativo, sentado, según su costumbre, con los codos apoyados en las rodillas y la cabeza entre las manos . Había iglesia, había costumbres. Era una gran ciudad, pero yo no las conozco; siempre iba a la capilla.

Después de largas campañas en Flandes o en Italia, tenía asegurada una espera no menos luenga en las antesalas de los palacios, con el memorial en las rodillas, solicitando una recompensa de criado por los pelotazos de hierro y los acuchillamientos recibidos en las batallas contra el turco y el herético.

Media hora después, con la faz macilenta y alargada, el ojo triste, las rodillas trémulas y la respiración anhelosa, subía el pobre hombre hacia Peleches. El sobrepeso agregado por don Claudio a su cruz, se la había hecho insoportable. No podía vivir así.

9 Además, tuvimos por castigadores a los padres de nuestra carne, y los reverenciábamos: ¿por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? 12 Por lo cual alzad las manos caídas y las rodillas descoyuntadas. 14 Seguid la paz con todos; y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor:

Había paseado pisando con ira, con pasos largos, como si quisiera rasgar la sotana con las rodillas; aquella sotana que se le enredaba entre las piernas, que era un sarcasmo de la suerte, un trapo de carnaval colgado al cuello.

¡No! repitió el niño sin comprender lo que decía. Desde aquel momento el hijo y la madre fueron amigos. El pequeño Gómez no quiso salir ya de la habitación y asistió al tocado de Germana. Esta le tenía sobre sus rodillas cuando entró el conde de Villanera a saludar a su esposa y a besarle la mano.

Desde el fondo de la gañanía le llamaban los compañeros, anunciándole que apenas quedaba gazpacho en el barreño, pero él seguía bajo la luz del candil, sentado en un pedazo de tronco, encorvado el cuerpo sobre una mesilla baja, en la que se empotraban sus rodillas como en un cepo. Escribía lenta y trabajosamente, con una testarudez de campesino.