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Al llegar aquí, el tío Correa interrumpió su relato para dar una explicación que consideraba necesaria. Como Dios es un rey, los que le rodean se esfuerzan por imitar á los cortesanos terrenales, adoptando todos los sentimientos y las pasiones de su regio amo con más firmeza que éste.

Al dejar la muralla de la ciudad tártara, seguimos mucho tiempo caminando entre las cercas de los jardines sagrados que rodean el templo de Confucio. Era el fin de otoño; ya las hojas estaban amarillas; una dulzura suave erraba en el aire. De los kioscos santos salía un susurro de cánticos monótonos y tristes.

La constante contemplacion de los nevados, los abismos, las cascadas, los torrentes, los bosques solitarios y salvajes, los ganados de cria, los cuadrúpedos y pájaros silvestres, los sublimes ó risueños paisajes que rodean los chalets, y todas las obras de esa incomparable y fecundísima artista que llamanos Naturaleza; esa contemplacion, digo, y el espectáculo del cielo, y las armonías de mil rumores preñados de misterio y poesía, no pueden ménos que inspirar al pastor de los Alpes, del Jura y otras montañas, ese genio artístico que le permite fabricar objetos cuya gracia y finura maravillan al viajero.

Así se hinchan todas las cosas por aquí. Por las lomas que rodean los pueblos de Songo y La Maya, hay una clase de negros que solo pueden compararse con los que hacen la vida primitiva en medio de las espesuras de las selvas africanas.

Miren este Monseñor, que es pariente nuestro». Y lo rodean con veneración, como si fuese la bandera de la familia; lo llevan del brazo, «Monseñor, por aquí», «Monseñor, por allá»; y el pobre jornalero eclesiástico llegado a obispo parece un sonámbulo, aturdido por tantos cuidados y honores.

La que á más me interesa, repuso Roger jovialmente, es que con el arenque venga también una rebanada de pan. ¿Lo ves, gandul? preguntó Colás al otro estudiante. ¿No te he dicho cien veces que el ingenio y la gracia en el decir me rodean como un aura sutil y que nadie se me acerca sin dar á poco muestras evidentes de la agudeza que en rebosa?

¡Bertrán, Bertrán! llamó la vidente con dulce voz. Decidme, amada mía, qué me reserva la suerte. Un peligro grande te amenaza, Bertrán, en este mismo instante. ¡Bah! Un soldado está siempre en peligro, dijo el gran campeón francés con tranquila sonrisa. Pero tus enemigos se ocultan, se arrastran, te rodean en este momento. ¡Ah, Bertrán! ¡Guárdate!

De repente se presenta el Gaucho Malo en un pago de donde la partida acaba de salir, conversa pacíficamente con los buenos gauchos, que lo rodean y lo admiran; se prevee de los vicios, y si divisa la partida, monta tranquilamente en su caballo y lo apunta hacia el desierto, sin prisa, sin aparato, desdeñando volver la cabeza.

Ya suenan gratas músicas, que los indios de aquellas cercanías, colocados en los extremos del colgadizo, arrancan a sus instrumentos de cuerdas. Del jardín vienen los concurrentes; del cuarto de las señoras salen; Ana llega del brazo de Juan. «Juan, ¿quién ha sido? ¿para ese sillón de flores?». No la rodean mucho; se sabe que no deben hablarle. Y ¿Lucía que no viene?

En las minas, y en las fábricas que las rodean, hay trabajo para los niños en cuanto pueden sostener en la cabeza un cesto con un poco de tierra. Los ochavos que ganan así los hijos de los pobres son en Matalerejo la semilla de la avaricia arrojada en aquellos corazones tiernos: semilla de metal que se incrusta en las entrañas y jamás se arranca de allí.