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Cuando me levanté, al día siguiente por la mañana, tenía zumbidos en la cabeza, y ante mis ojos bailaban manchas de luz verdes y amarillas. Al ver mi semblante, Marta juntó las manos por encima de su cabeza, y Roberto, que otra vez estaba sentado en la esquina del sofá, envuelto nuevamente en nubes de humo, exclamó: ¿Has pasado la noche llorando o bailando?

Mira, chico, todo eso que me dices son líos de Rafaelito, y harás bien no metiéndote en nada. Yo quiero a Roberto, ¿me entiendes?

Cuando yo tenía tu edad, sabía vengarme de una muchacha mejor que dijo riéndose papá, quien nunca desperdiciaba la ocasión de decir una broma. ¿Y cómo se hace? preguntó mi primo. ¡Bah! ¡Si no lo sabes! replicó papá. Se le da un beso, señor Roberto dijo un viejo jardinero que pasaba justamente con sus regaderas.

Había querido ir al encuentro de Roberto para prepararlo a la espantosa noticia, y veía con terror que llegaba demasiado tarde. El viejo Hellinger se adelantó vivamente a recibirlo y le cuchicheó en el oído: ¡Lléveselo usted, está como un loco! Aquí nada podremos obtener de él.

Si no fuese porque este drama peca en alto grado por la hinchazón gongorina de su estilo, igualaría á la titulada Del Rey abajo, ninguno. El argumento es de interés extraordinario, y su disposición, en su mayor parte, se distingue por su acierto y su arte. Enrique, hijo del rey de Sicilia, criado en casa de Roberto, magnate del reino, concibe viva pasión por Blanca, hija de su bienhechor.

Roberto Vérod guardaba silencio, inclinada sobre el pecho la cabeza. Pero volvamos a lo que urge por el momento; ¿no me ha dicho usted que la vio la víspera de su muerte? , por la tarde. ¿En su casa? . ¿Qué le dijo usted?... ¿La habló usted de su amor? Viendo que Vérod vacilaba en contestar, el magistrado insistió: Es necesario, repito, que usted sea sincero.

La cabeza de la muerta se deslizó y golpeó el suelo... ¡Roberto, hijo mío! gritó el anciano precipitándose hacia él. Este, con los ojos muy abiertos, paseaba en su derredor una mirada vidriosa; parecía no haber vuelto en todavía. De repente descubrió uno de los brazos de Olga que, en el momento en que el cuerpo resbalaba hacia un lado, se había atravesado sobre su pecho.

¡Esta vez vengo a buscarte! le gritó a Marta. Ella se dejó caer sobre el pecho de Roberto y lloró. ¡Cuán feliz era! Pero yo me retiré al emparrado más sombreado del jardín y, abandonándome a mis reflexiones, me pregunté si mi corazón no tendría también algún día un hogar en que pudiera refugiarse tanto en las horas felices como en las horas de angustia.

Una joven que espera a su prometido no habría estado más loca. Esa fiebre duró cuatro días, y fue una felicidad que los míos estuvieran absortos en sus propios pensamientos, sin lo cual mis modales no habrían dejado de despertar sospechas. Esta vez no fui yo quien recibió a Roberto.

»¡Oh, Roberto! ¡Roberto! ¡Te amo! ¡Oh, ! ¡Te amo más que a todo en el mundo! y oculta su rostro en mi hombro. », tío, pero escucha lo que sigue.