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Continuó, pues, durante aquel día y los sucesivos, tomando parte activa en las distracciones de la bulliciosa colonia que habitaba los Genets, haciendo creer a su tía que se ocupaba a través de juegos y de risas, en profundos estudios y maduras observaciones acerca del carácter de aquellas señoritas, quienes, en realidad, lo tenían sin cuidado.

Continuaba Watson sus risas, y esta insistencia venció finalmente la fingida gravedad de la joven. Los dos unieron sus carcajadas; pero la señorita Rojas mostró á continuación un interés maternal, que le hizo enterarse minuciosamente de la vida que llevaba su amigo.

Los jóvenes acogieron con grandes carcajadas esta ocurrencia; pero el capitán, sin hacer caso de sus risas, continuó siempre fijo en la misma idea: ¿Creéis que yo le hubiera dado el vino á no saber que se tragaba al menos el que le cayese en la boca?... ¡Oh!... ¡no!... yo no creo como vosotros que esas estatuas son un pedazo de mármol tan inerte hoy como el día en que lo arrancaron de la cantera.

Leocadia cogió la llave de encima del aparador, y salió sin precipitarse. Oyose a poco en la escalera ruido de pasos sofocados por risas, y entraron con Leocadia en la habitación dos hombres jóvenes, pero de tipo distinto.

Se componía de cuatro oficialas, las dos doncellas de la casa, cuando los quehaceres domésticos se lo permitían, Venturita y la misma Cecilia. Era una juventud bulliciosa, a la cual, el trabajo activo no impedía charlar, reir y cantar todo el día. La alegría les rebosaba del alma a aquellas muchachas, y se desbordaba en risas inmotivadas, que a veces duraban larguísimo rato.

En aquel rincón oscuro, sacudidos por el vaivén de los resortes y aturdidos por el estrépito de las ruedas al saltar sobre el pavimento, el cuchicheo se hizo cada vez más íntimo, más insinuante, animado a cada momento por risas ahogadas y palabritas dulces.

Celebrose la ocurrencia con grandes risas, Damián quiso apagar una vela de un taponazo de Champaña, falló el tiro, y armose descomunal gritería; eran cuatro personas y alborotaban como doce.

El matrimonio Lowe acogió con risas admirativas esta muestra de español de Mrs. Power. Y envuelta en el humo del cigarrillo que le dio Ojeda, siguió mirándolo con una fijeza audaz, como si concentrase toda su voluntad en esta contemplación, sin importarle los comentarios de las personas cercanas.

Una risa aflautada del gordo personaje fué la primera respuesta. Luego pareció arrepentirse de su falta de corrección al contestar con risas á las preguntas, y dijo gravemente: ¡Oh, Gentleman-Montaña!... ¡Va usted á encontrar en mi patria tantas cosas extraordinarias dignas de su asombro!... De cómo Edwin Gillespie fué llevado á la capital de la República Hubo un largo silencio.

Hay también el día en que se paga al casero dijo una voz. Hubo risas, pero el éxito de esta melancólica reflexión se perdió en el ruidoso triunfo de Gerardo Lautrec.