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No es fácil apreciar hasta qué punto la riqueza, la actividad y las comunicaciones de Francfort influyen sobre la economía de toda la Alemania y aun de casi toda la Europa, ya facilitando los viajes y las transacciones, ya concurriendo á todos los empréstitos de los gobiernos y las grandes compañías, ó fomentando empresas muy diversas en todos los países.

Le daba consejos; un plan entero que había discurrido y le ofrecía para presentarlo al Congreso; medidas de protección para los exportadores de naranja. La riqueza de la ciudad; todos nadando en dinero: lo garantizaba él con la mano sobre el corazón.

El dinero no se suprime afirmó Pecado rebelándose tenazmente contra la incontrovertible sabiduría del maestro. Hombre, que . Pues yo quiero ser rico. ¡Ser rico! ¿Y qué es la riqueza, bruto? Es una cosa convencional, acémila.

Las fabulosas riquezas que esparcieron en los Estados-Unidos, los veneros de oro de los, placeres de California, hicieron que lo que al principio fueron chozas, fueran luego casas, convirtiéndose estas más tarde, en verdaderas calles de palacios, emporios de riqueza y de tráfico, acariciando bien pronto las brisas del Océano Pacífico, ciudades tan ricas y populosas como lo es San Francisco.

Y es fama que cuando éste se acercó á él le dijo en voz baja: «Monsieur, tienen ustedes razón: hay que extraer la riqueza que se halla oculta en este valle. Yo no la necesito ya, pero pronto he de tener nietos y quiero dejarlos bien acomodados. Cuenten ustedes con mi dinero para cualquier empresa lucrativa». Por supuesto que nadie tomó en serio tales palabras y las achacaron al mareo del vino.

Entonces, en un momento, desapareció el condenado y aquella terribilísima representación del infierno, y luego le pusieron los ángeles á las puertas de la Celestial Jerusalén, de tal riqueza y hermosura, cual las pinta el apóstol San Juan en su Apocalypsi.

Consistía, pues, esta riqueza, en la facultad preciosa de desprenderse de la realidad, cuando querían, trasladándose a un mundo imaginario, todo bienandanzas, placeres y dichas.

Aquel viejo estúpido, por el privilegio de su riqueza, la había poseído el primero, había paladeado las mismas dichas que él pero con el encanto de la novedad. Bien podía morirse... ¡Que se muera!

Y yo me he embarcado para cambiar de vida, para intentar la conquista de la riqueza, para entrar en esa iglesia aunque sea de simple monaguillo, y ver de cerca los misterios de la sacristía.

Pero si alguien me hiciese ver que la riqueza debía pagarla con la renuncia del amor, le juro que saltaba a tierra en el primer puerto para volverme a Europa.