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Porque, ¿cómo sería posible concebir de otro modo, si la ignorancia en que viven en Europa de la situación de América no lo disculpase; cómo sería posible concebir, digo, que la Inglaterra, tan solícita en formarse mercados para sus manufacturas, haya estado durante veinte años viendo tranquilamente, si no coadyuvando en secreto a la aniquilación de todo principio civilizador en las orillas del Plata y dando la mano para que se levante cada vez que le ha visto bambolearse al tiranuelo ignorante que ha puesto una barra al río para que la Europa no pueda penetrar hasta el corazón de la América a sacar las riquezas que encierra y que nuestra inhabilidad desperdicia? ¿Cómo tolerar al enemigo implacable de los extranjeros que, con su inmigración a la sombra de un Gobierno simpático a los europeos y protector de la seguridad individual, habrían poblado en estos últimos veinte años las costas de nuestros inmensos ríos y realizado los mismos prodigios que en menos tiempo se han consumado en las riberas del Mississipí? ¿Quiere la Inglaterra consumidores, cualquiera que el Gobierno de un país sea?

Allí entregó las riendas con una brusquedad de cuartel á su criado mestizo, y antes de meterse en su vivienda dijo á Ricardo: Creo que sólo nos faltan seis meses para terminar la primera presa en el río, y Robledo y usted podrán regar inmediatamente una parte de sus tierras.

En la fachada del Norte, que cae al Sena, se ven doce estátuas alegóricas, y al pié, verde, humilde y gracioso, un jardincito limitado por una verja, la cual lo separa del borde del rio. No es una perspectiva arrebatadora; pero es ingénua, cándida, inocente como los recuerdos de la niñez.

Pues vete mirando desde el muelle hacia tierra: toda la villa, con su barrio de labradores, que parece un aduar de marruecos; detrás del aduar, el estero con sus junqueras, adonde viene a desembocar el río que ha bajado de aquellas alturas rozando un buen pedazo del perfil de la vega.

De mañana marchamos, dejando el Rio de los Sauces, y tomando el rumbo del E. Caminamos como 14 leguas, y paramos en la costa de un arroyo: á eso de las seis de la tarde llegó la partida que se habia despachado el dia antecedente, con la noticia de no haber rumor alguno. Dia 4. Nos mantuvimos en el mismo arroyo para dar descanso á las caballadas.

Anduvieron hácia una y otra parte, y reconocieron que allí se acababa la bahia, y allí fenecía el grande y fabuloso rio de San Julian, su gran laguna y el rio de la Campana, tan mentados y decantados en los mapas, especialmente de los extrangeros; quedando harto maravillados de que con tanta confianza se cuenten tales fábulas, y se impriman sin temor de ser cogidos en la mentira.

Cada uno, con agresivo fetichismo, consideraba que el trapo de su nación era más hermoso que los otros y debía ondear triunfante sobre los países inmediatos. Las gentes separadas por un brazo de mar, un río, una montaña ó un bosque, llamados fronteras, se odiaban de un modo feroz, sin haberse visto nunca.

Si percibía entre las zarzas alguna madreselva, aunque se arañase las manos, ya estaba saltando á cogerla para ofrecérsela. Otras veces procuraba quedarse atrás para contemplarla á sabor. La condesa sentía sobre su espalda la mirada amorosa del joven, y sonreía. Caminaban por la margen del río, cuyo declive hasta entonces había sido bastante suave.

Dios guarde á Vd. muchos años. Fuerte del Carmen, Rio Negro, 19 de Abril de 1782. Señor D. Basilio Villarino. =Respuesta=.

La imagen de Castro había pasado por su memoria, haciéndole mirar á su acompañante con una tolerancia fraternal. Yo comprendo muchas cosas. No soy hombre de armas, como usted, y sin embargo, una vez sentí deseos de batirme. Ahora me río cuando lo pienso; pero, en iguales circunstancias, volvería á hacer lo mismo... ¡El poder de las mujeres! ¡Cómo nos transforman!...