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Detuvieron los frailes las riendas, y quedaron admirados, así de la figura de don Quijote como de sus razones, a las cuales respondieron: -Señor caballero, nosotros no somos endiablados ni descomunales, sino dos religiosos de San Benito que vamos nuestro camino, y no sabemos si en este coche vienen, o no, ningunas forzadas princesas.

Sin pérdida de tiempo... esta situación no puede prolongarse... voy a ver a Baldomero para que nos facilite los medios... ¡está colmada la medida!... Tras de Lorenzo, salió Ricardo en busca de Baldomero a quien encontraron entretenido en trenzar unas riendas con tientos de carnero sujetos a una argolla en la pared de la caballeriza.

Sin poder librarse de un repentino sentimiento de responsabilidad, tomó el hereje Bill a la mañana siguiente las riendas de la diligencia Silio Gullon, pues aquel día uno de sus pasajeros era la maestra, doña María.

Parándose repentinamente ante Adriana, recobraron la habitual expresión seria y grave; luego, en el tílburi cuyas riendas les entregaba un peón de la estancia junto al veredón, reflexionaron vagamente en aquella extraña muchacha con quien jugaran tanto de criaturas, y que ahora, por más que hablaran con ella todos los días, les parecía un ser cuyo espíritu oscuro no penetrarían jamás.

Mirad, mi abuelo tenía sus caballerizas llenas de caballos; su mesa era también una buena mesa y en tiempos peores que el nuestro , a lo que yo al menos. Yo podría hacer otro tanto si no tuviera cuatro ganapanes que se me prenden como sanguijuelas. Yo he sido un padre demasiado bueno para con todos vosotros, eso es lo que hay. Pero en adelante voy a tener las riendas cortas.

Tom no se hizo repetir la orden: sacó el hercúleo pecho, tirando de las riendas, con el esfuerzo de aquellos antiguos aurigas esculpidos por Fidias en los frontones del Partenón, de pie sobre un carro, deteniendo con una mano el galope de cuatro caballos.

Algunas veces, la bestia, imitando al amo, detenía el paso y quedaba inmóvil, con las orejas desmayadas, como si dormitase, hasta que la despertaban un tirón de riendas y un juramento. La lluvia cesó al amanecer. Una luz violácea se filtró por entre las nubes, que pasaban bajas como si fuesen a rozar los tejados.

Si andaba el birlocho, era un milagro; si estaba parado, un capricho de Goya. Fue preciso conformarnos con este elegante mueble: subí, pues, a él y tomé las riendas, después de haberse sentado en él mi amigo el extranjero.

Subieron ambos en el faetón, colocóse detrás el lacayito, empuñó Jacinto las riendas y al ligero latigazo, arrancó el alazán gallardamente. Y entonces, vínole a la memoria a Quilito la frase de su tía aquella mañana: ¡Por este camino, hijo mío, no llegarás a ser sino un segundo Agapo en la familia!

El visorrey, creyendo sería alguna nueva aventura fabricada por don Antonio Moreno, o por otro algún caballero de la ciudad, salió luego a la playa con don Antonio y con otros muchos caballeros que le acompañaban, a tiempo cuando don Quijote volvía las riendas a Rocinante para tomar del campo lo necesario.