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Mas Tom Sickles, arrebatada la cara de remolacha, hacía terribles visajes, como si llevase los caballos desbocados, mientras con suaves vibraciones de las riendas más y más los azuzaba. En la calle de Isabel la Católica, Tom Sickles hizo otro prodigio: coche y caballos quedaron parados en firme, de un golpe, ante la embajada alemana.

Pues señor, revienta Doña Silvia, y empuñadas por Rufina las riendas del gobierno de la casa, la metamorfosis se marca mucho más. A reinados nuevos, principios nuevos. Comparando lo pequeño con lo grande y lo privado con lo público, diré que aquello se me parecía á la entrada de los liberales, con su poquito de sentido revolucionario en lo que hacen y dicen.

Al marchar de sus campeones, Al relumbrar de sus hierros, Y al tremolar su estandarte Los enemigos huyeron. Los libres en vez de rostros Espaldas tan solo vieron. Cuando los viles esclavos Riendas al caballo dieron, De cadáveres y de armas El campo quedó cubierto, En expiacion de los libres Que con honor sucumbieron.

Abierta la puerta, estuve á punto de ser volteado por Mervyn que se precipitó por entre mis piernas, y vi á la señorita Margarita que se ocupaba en atar las riendas de su caballo á las barras de un cercado. Buenos días, señor me dijo sin mostrar la menor sorpresa por hallarme allí. Luego, levantando en su brazo los largos pliegues de su saya talar, entró en el jardín.

Ahora no puedo detenerme, estoy de semana, y a las tres debo hallarme en el cuartel. ¿Para la revista? preguntó Pablo. , para la revista. ¡Hasta la vista, Pablo!... ¡Hasta mañana, padrino! El teniente de artillería continuó su galope, Pablo soltó las riendas a su yegua. ¡Qué buen muchacho es este Juan! dijo Pablo. ¡Oh! . ¡No hay en el mundo nada mejor que Juan! No, nada mejor.

Son tres contra uno. ¡Sálvate! Me precipité hacia Ruperto, empuñando la maza, y le vi inclinarse sobre su caballo. ¿Te han despachado también a ti, Crastein? gritó. No obtuvo respuesta. Di un salto y así las riendas del caballo. ¡Por fin! exclamé. Creía tenerlo seguro. Mis amigos le rodeaban y no parecía quedarle otro recurso que rendirse o morir. ¡Por fin! repetí.

Pero los soldados no saben dar azotes como los que aquel crimen exige, y Quiroga toma las gruesas riendas que sirven para la ejecución, batiéndolas en el aire con su brazo hercúleo, y descarga cincuenta azotes para que sirvan de modelo.

Bonifacio, sacudiendo la cabeza, recobrando las riendas para sacar al rocinante soñador de su letargo, siguió a trote su camino, sin volver los ojos atrás, temeroso de sus ensueños, de sus locuras...; dispuesto cada vez con más ahínco a sacrificar al porvenir de su hijo su temperamento de bobalicón caviloso y sentimental.

El tío Manolo era uno de los primeros mayorales de España; daba lástima que aquellas extraordinarias facultades hubiesen quedado tan pronto oscurecidas por falta de materia donde aplicarlas. Miguel iba en sus glorias, admirado de ver al tío aflojar y recoger las riendas y fustigar al caballo, con tanto arte, para ponerle al trote corto o largo, y hacerle revolver en poco espacio.

Podremos trotar y galopar solas por estos caminos. ¿Queréis manejar, Zuzie? ¡Es tan lindo cuando se les puede dejar andar! ¡Son tan trotadores y tan buenos! Mirad, tomad las riendas. No, conservadlas, prefiero ver que os divertís. ¡Oh! , me divierto y bien. Me gusta tanto manejar cuatro caballos, cuando hay espacio para correr!