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Ningún ser es bastante bajo para no merecer amor y hasta respeto. ¿Quién tiene razón, el espartano de la antigüedad que arrojaba á una sima los recién nacidos defectuosos, ó la madre que, aunque sea llorando, amamanta y acaricia al hijo idiota y deforme?

En cuestiones de prensa quiere la libertad hasta la licencia. Se le oye con atención y respeto; pero los republicanos de la situación creen que el propósito del adversario de Gambetta es destruir la bondad de la ley, llevando las concesiones hasta los últimos límites y haciéndola odiosa a las clases conservadoras.

Siempre os sentará bien el aire del bosque... Si supierais, señor cura, cuánto os quiero... y os respeto... ¿No habré dicho demasiados disparates hoy, delante de vos? Porque sentiría tanto... No, hijo mío, no he oído nada. Entonces tomaremos el camino de los estudiantes.

Cuando Roberto salió de la habitación, un sentimiento de júbilo se apoderó de , una loca alegría que desencadenaba un huracán en mi cabeza, sembraba la turbación en mis sentidos y parecía querer absorberlo todo, mi orgullo, mi independencia, el respeto a misma.

Condenada a ser de Napoleón y a ver sentado en su trono a un rey de la familia imperial, lo más cuerdo es resignarse a ésta con la conciencia de haberla merecido. ¡Que España será francesa, que España será de Napoleón! exclamó el Gran Capitán, encendido en violenta ira . Sr. de Santorcaz, usted es un insolente, usted es un deslenguado, usted no tiene respeto a mis canas.

Ahora yo suplico a vuecencia que me deje y no me persiga, y que no me ofenda proponiéndome lo que no puede ser. Y si vuecencia no se retrae de seguirme por respeto, porque yo se lo suplico con humildad, retráigase por el temor de ofender a personas que le son queridas. Yo no temo que esas personas se ofendan. Pues yo lo temo.

Pero como usted todavía no es mi padrastro, bien puedo yo faltarle al respeto, y así le digo, que eso es un embuste o una fullería para burlarse de y para demostrar lo que ya no necesita demostración; que es usted más griego y más trapacero que su sobrino.

El joven Echeverría residió algunos meses en la campaña en 1840, y la fama de sus versos sobre la pampa le había precedido ya; los gauchos lo rodeaban con respeto y afición, y cuando un recién venido mostraba señales de desdén hacia el cajetilla, alguno le insinuaba al oído: «Es poeta», y toda prevención hostil cesaba al oír este título privilegiado.

Rosa entra a la iglesia hollando con religioso respeto las losas sombrías. Dos hachas de cera arden en el fondo, junto a la capilla mayor. Su luz llorosa y vacilante hace entrever, dentro de negro ataúd, las manos entrecruzadas de un muerto y el amarillento sayal con que lo han amortajado. Ni una flor, ni una plegaria, ni un paño mortuorio. La doncella se aproxima.

¡Á callar se ha dicho! gritó de repente Tristán de Horla, dando un tremendo puntapié al escabel que tenía delante y lanzándolo contra los troncos del hogar, que despidieron millares de chispas. Nadie insulte en mi presencia al buen rey Eduardo, ni le nombre siquiera si no ha de ser con el respeto debido.