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Otra mujer, una mujer en todo distinta de la Condesa, había seducido a Luis d'Arda: éste había tratado de resistir, persuadido de que cometería una infamia traicionando a la jovencita, dándole el ejemplo del mal, él, a quien no sólo el deber sino también el interés, aconsejaban seguir por el recto camino que al principio se había trazado; pero la tentación lo había vencido. ¿Qué se debía pensar de la sospecha de la Condesa, de que él mismo se había dado la muerte? ¿Que su alma elevada atribuía al esposo la decisión de castigarse, ya que había sido incapaz de evitar el error? ¿O más bien la imaginación romántica de la joven veía un suicidio donde no había más que un desgraciado accidente?

No cerró; lo detuvo, como ya le había sucedido desde la desaparición de su tesoro, la varilla invisible de la catalepsia. Permaneció como una estatua tallada, con los ojos dilatados por la visión, manteniendo la puerta abierta, incapaz para resistir, sea al bien, sea al mal, que pudiera entrar en su casa.

Varias veces durante la noche levantábase a orar; al amanecer, en los días más húmedos y fríos del año, salía de casa para ir a la iglesia, donde pasaba algunas horas de rodillas; ayunaba con un rigor que no había visto ni en su ascético maestro del seminario, abstinencias prolongadas, terribles, que parecían imposibles de resistir; gastaba cilicios en las piernas y los brazos, y se disciplinaba los viernes y en las vísperas de las fiestas señaladas.

»Decíame en ella que Teobaldo le había aconsejado que no me escribiese; pero que, al saber que yo estaba enferma, no había podido resistir al deseo de comunicarme sus sentimientos. »El clima de Inglaterra, decía, no le conviene, aumenta sus padecimientos, necesita usted un clima más templado, más dulce, el bello sol de Nápoles, el aire de nuestra querida patria.

Carmen se estremeció con esta proposición. ¿Ver la corrida?... No. Había llegado hasta la plaza con un esfuerzo de su voluntad, y se arrepentía de ello. Le era imposible resistir la presencia de su marido en el redondel. Nunca le había visto toreando. Aguardaría allí hasta que no pudiese más.

Si Clara se va al claustro, no ya por puro amor de Dios, sino por temor de ofenderle, por considerarse sobrado frágil para resistir las tempestades del mundo y por miedo de misma y del infierno, Clara, á mi ver, no desatina: Clara procede con recto juicio y consumada prudencia. Los motivos de su vocación para la vida religiosa, si no son los más elevados, son buenos.

Háblele usted; rompa el silencio de aquella casa; véala usted un momento; oiga su voz, y si ante las declaraciones que ella le haga persiste usted en creerla culpable, no es digno, lo digo cien veces, no es digno de mirarla. Lázaro no pudo resistir á la gran fuerza de estas palabras.

He sido un santo postizo, que no he sabido resistir y desengañarte desde el principio, como hubiera sido justo; y ahora no acierto tampoco a ser un caballero, un galán, un amante fino, que sabe agradecer en cuanto valen los favores de su dama. No comprendo qué viste en para prendarte de ese modo.

No puedo, sin embargo, resistir al deseo de aprovechar esta ocasión para explicar, si me bastan pocas palabras, lo que pienso sobre lenguas, dialectos, regionalismo, nacionalidades y varios otros puntos que forman el proceso de este negocio. La materia es tan vasta, que apenas podré tocarla sino de paso, ó mejor diré, al vuelo, posándome sólo en las cimas ó picos más salientes.

A fines del siglo XVI, esta moza estaba al servicio de unas señoras que, aun pasando por recatadas y prudentes, recibían con sospechosa intimidad á un señor canónigo, el cual debía ser persona de ancha conciencia y no muy apropósito para resistir las tentaciones, pues el enemigo llevóle á poner los ojos en la criada de las señoras, sin andarse con otros miramientos.