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»Se equivoca usted le dije: la mejoría que siento la debo a usted, a su presencia. »En efecto, no me había sentido tan feliz en ninguna época de mi vida. Segura de y de mi corazón, Carlos temía hablarme de sus esperanzas, y mi reserva igualaba a la suya. Yo necesitaba decirle: ¡Este corazón te pertenece!

Esa reserva me engañó en un principio, haciéndome creer que me despreciabais. Pero atribuyo un alto precio a la bondad, sobre todo en vos, hermosa Marta. Así, pues, es superfluo que os diga que os amo, lo sabéis de hace tiempo; sin embargo, todavía no conocéis la extensión de mi afecto.

Llamó, hizo avisar al señor De Nièvres y lo interpuso entre nosotros. Estuvo extraordinariamente hábil durante aquella visita, la primera quizás que le había hecho en actitud de ceremonia. El señor De Nièvres se mostró más flexible, sin abandonar cierta reserva, que se advertía más evidente a medida que se iba haciendo más sistemática.

Su amigo Ulmus sylvestris, que a veces le acompañaba, indújole a romper la reserva que su encogimiento le imponía, y Maximiliano conoció a algunas que había visto más de una vez y que le habían parecido muy guapetonas.

Pero las pérdidas de los sitiados eran irreparables, al paso que los castellanos tenían escuadrones y compañías enteras de reserva en el valle, imposibilitados unos y otras de tomar parte en la lucha hasta entonces por las condiciones del terreno.

Adriana se sorprendió de que a ratos la hablaran con un tono de voz cansada, como midiendo las sílabas y con cierta reserva en la dejadez amable de las palabras. Le llamaron la atención sus manos largas y finas, ligeramente deformes y de una blancura extraordinaria.

Pero el señor Fermín se aburría en su retiro, sin poder hablar más que con los viñadores, que le trataban con cierta reserva, o con su hija, que prometía ser una buena moza, y sólo pensaba en el arreglo y admiración de su persona.

Cierta vez, como aquel hombre volviera a hablarle de su abolengo, Ramiro, olvidando la reserva que las circunstancias exigían, declaró su verdadero nombre y la historia de su linaje. En seguida, sin mayores rodeos, contó su desgraciado amor y la doble muerte de su rival y de su amada. Bien hizo vuesa merced respondió el espadero tranquilamente. ¡Ay del varón que no hace lo mesmo!

Y al ver que, estupefacto por aquel brusco ataque, no respondía, siguió diciendo: Yo deseo hace mucho tiempo conocer el color íntimo de su mente de usted, no de la que se muestra en plena luz en conversaciones hechas para la galería, sino de la que se calla, de la que se reserva, de la que sólo se entrega cuando está segura de encontrar una simpatía. Estaba yo literalmente aturdido.

Yo he estudiado algo acerca de esto, he aprendido un poco, nada más que un poco, y voy á decírselo á usted sin reserva ni ambajes, con la mayor ingenuidad del mundo, segun mi leal saber y entender, como decian tan admirablemente los antiguos.