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A él debió el encontrarse al despuntar la aurora tan quebrantado y tan rendido que repitió con la misma convicción que el doctor lo había hecho la víspera estas palabras: «¿A qué matarse cuando la muerte viene por solaSerían las ocho de la mañana cuando José subió a avisar a Amaury que el doctor le aguardaba en el salón.

Luego me encaminé a ella, con intención de acabar aquí la vida, y, en entrando por estas asperezas, del cansancio y de la hambre se cayó mi mula muerta, o, lo que yo más creo, por desechar de tan inútil carga como en llevaba. Yo quedé a pie, rendido de la naturaleza, traspasado de hambre, sin tener, ni pensar buscar, quien me socorriese.

Espíritu rebelde, á Dios me atrevo, y de su rompiendo ya los lazos, como reproche, ante sus ojos llevo de mi alma destrozada los pedazos. Si al escuchar mi queja en la agonía, de la lucha feroz al fin rendido, me echa en cara mi osada rebeldía, yo le podré decir: « lo has querido.

Veíalos charlar animadamente, reir a cada momento: veíale a él rendido, obsequioso, prodigándola mil atenciones galantes; a ella complacida, risueña, aceptando con gratitud sus finezas.

El indio le contó que un año habia Que andaba á Liropeya tan rendido, Que libertad ni seso no tenia, Y que le ha la doncella prometido, Que si cinco caciques le vencia, Que al punto será luego su marido. El tener de español una centella No quiere, por quedar con la doncella.

Paz, paz, entran diciendo con voz alta, El nombre Don Antonio, y apellido Invocan, que no hizo alguna falta A su negocio: luego el afligido Y triste pueblo, viendo como falta La fuerza, á su diccion quedó rendido. Un mancebo murió, que resistia: Machado lo causó, bien se decia.

Después de esta bulliciosa solemnidad, que removió al vecindario entero y le dejó rendido por la doble fatiga de los jolgorios y del trabajo, dispuse yo el casamiento de Tona con Pito Salces.

Arrancó el tren y comenzó majestuosamente a separarse de la estación, y mi compañero de viaje seguía gritando a la ventanilla: ¡Puig! ¡Puig! Al fin se dejó caer rendido en el asiento, con la consternación pintada en el semblante. ¡Válgame Dios! ¡Válgame Dios! ¡Pobre señor!... Y principió a hacer comentarios tristísimos acerca de aquel lance desgraciado.

Desde las nueve de la mañana no había probado cosa ninguna, y el cansancio del camino, los esfuerzos mentales y la gran fatiga moral de aquella noche le habían rendido hasta el punto de que no podía tenerse. Subió con los demás, sin fuerzas para emprender á aquella hora el viaje á casa de su tío. La comitiva, guiada por el poeta clásico, se internó en la escalera.

A lo cual respondió el caído: -Harto rendido estoy, pues no me puedo mover, que tengo una pierna quebrada; suplico a vuestra merced, si es caballero cristiano, que no me mate; que cometerá un gran sacrilegio, que soy licenciado y tengo las primeras órdenes. -Pues, ¿quién diablos os ha traído aquí -dijo don Quijote-, siendo hombre de Iglesia? ¿Quién, señor? -replicó el caído-: mi desventura.