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A mi ver, en el drama del Sr. Hauptmann no quedan, con mayor realidad objetiva que el cuento de la Cenicienta, todas las esperanzas ultramundanas y todas las más altas verdades religiosas. Otro día analizaré el otro drama que he citado, que se titula El maestro de Palmira, y que aún me parece más extraordinario.

Cuéntase, que, en el momento de bajarlo del catafalco para depositarlo en la bóveda, se oyó en torno un profundo suspiro, como si España entera se despidiese para siempre de su gran poeta. Las ceremonias religiosas no concluyeron con ésta.

Ningún poeta ha logrado producir afectos tan intensos, ni emociones tan vivas, como Calderón lo ha hecho en estas tragedias religiosas, y nadie, como él, ha desvanecido el error de esa opinión vulgar de que los tormentos de los mártires no pueden servir para desenvolver con ellos una acción trágica.

Y es lo curioso que a medida que la revolución se desencadenaba y el republicanismo de la Fábrica crecía, aumentáronse también las prácticas religiosas.

Y al hacer el santo rey el repartimiento de Córdoba y su tierra entre los ricos-hombres, caballeros y órdenes religiosas que habian asistido á la conquista, ya la ciudad de la esclava querida de An-nasír habia perdido su nombre por el impropio de Córdoba la vieja .

A uno y otro lado de la gran puerta del fondo estaban las sillas de coro de las religiosas, y sentadas en ellas las señoras del consejo: la marquesa de Villasis ocupaba la esquina derecha, teniendo a su lado a la duquesa de Astorga.

De esos documentos auténticos se desprende, que, en vez de ser así, el pueblo español pasaba una vida de las más tranquilas y disfrutaba de todos los placeres. Además de los enlazados con las fiestas religiosas, había otros muchos en todo el año. Las Carnestolendas, por ejemplo, traían consigo general alegría y bromas numerosas.

Después fue abrazando una por una a sus nuevas compañeras. Mientras duró esta escena, muchas de las señoras del concurso vertían lágrimas. El obispo dijo la misa solemne, y al concluir, todas las religiosas, incluso María, comulgaron. Don Serapio apenas cerraba boca. El órgano chilló, silbó y roncó con más brío que nunca, estimulado quizá por la competencia.

Puedo afirmar que hoy la capital de Colombia tiene seguramente más de 100.000. Me ha bastado ver las enormes masas de gente aglomerada con motivo de festividades religiosas o civiles, para fijar el número que avanzo como mínimum. Pero, como he dicho, la ciudad no se extiende a medida que la población acrece, lo que empeora gravemente las condiciones higiénicas.

Descripta Silvia, la infantil imaginación de Valdés se desbocaba en aventuras absurdas... La jeune fille era la coqueta más desfachatada, ¡peor que su madre!... Hacíase festejar por todo el mundo... Y a sus plantas desfilaban, requebrándola sin éxito, los maestros más ridículos y menos queridos del colegio, incluso el de religión, el padre Martínez... Hasta había una figura titulada «El padre Martínez ante la bella Silvia», en la cual se veía al sacerdote, acentuados los rasgos sensuales e hipócritas de su carona afeitada, presentando de rodillas a la esquiva joven, en ambas manos, el flamígero corazón que suele verse en los detestables cromos de las estampas religiosas...