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Tales relatos alucinaban el cerebro de aquellos hijos de Castilla, habituados a imaginar ante el más escueto horizonte todos los espejismos de la aventura.

Su afición á los relatos novelescos de todas clases era antigua; pero se había exacerbado en la Presa á causa de las largas horas de soledad. Todos se iban á trabajar en las inmediaciones del pueblo, dejándolo solo en su rústico despacho.

Mi Chermidy, simple como un remo, no adivinó que sería él quien pagaría el menú. Según los relatos oficiales, se relamía los labios y se prometía escuchar atentamente las comedias con que se acostumbra sazonar un festín chino. »Desembarcó con el cónsul y cuatro hombres de escolta, bajo una lluvia persistente. Ya comprenderá usted que no olvidaría su uniforme de gala.

El Capellanet, que había escuchado estos relatos, sentía por el verro un respeto admirativo. Describía las particularidades de su persona con la prolijidad del que se siente enamorado de un héroe. No era alto ni fuerte como el señor; pero era ágil, nadie le ganaba en el baile, y podía danzar horas enteras, hasta rendir a todas las muchachas de la parroquia.

La facilidad con que Europa entera acogió los relatos de un obscuro piloto italiano, Américo Vespucio, el cual, atribuyéndose glorias ajenas, bautizó con su nombre el nuevo continente, demuestra cuán olvidado estaba Colón, no en España, sino fuera de ella. Este bautizo de América es injusto, pero no carece de lógica Colón sólo había descubierto el Asia, y en esta fe murió.

Nunca la conversación de Guzmán ha sido tan varia, ni se le ha visto tan decidido a utilizar las provisiones de su memoria de artista y los recursos de su juicio de filósofo práctico, para que no decaiga el interés de sus relatos y comentos... Porque es indudable que Pepe Guzmán está convencido, o parece estarlo, de que las preocupaciones y tristezas de Verónica tienen el arraigo en el pasado suceso, en el temor de otro semejante y en algo que se relaciona inmediatamente con todo esto, que es lo mismo que la propia enferma acepta como fundamento y origen de su enfermedad; y sin embargo, y mientras él la habla y en tanto discurre por aquellas alturas, ella, con una impaciencia y un disgusto que disfraza con síntomas de su desconcierto nervioso, va pasando: «¡no es eso!..., ¡no es eso!» Y cuando él se despide, muy ufano, ella se queda más contrariada; no porque vuelve a verse sola, sino porque tampoco entonces se la ha hablado de algo de que debiera hablársela; «porque Pepe Guzmán tiene que convencerse de que en la situación de ánimo en que ella se encuentra, no pueden interesarla relaciones de casos extraños, por bien hechas que estén». Y Pepe Guzmán suele responder a estas anhelaciones faltando dos y tres noches seguidas a la tertulia.

Si la dolencia le obligaba a guardar cama, daba órdenes al criado para que no recibiese ni a su hijo. Febrer pasaba las horas sentado a los pies de su abuelo, escuchando sus relatos e intimidado por la enorme cantidad de libros que desbordaba de los armarios, extendiéndose por sillas y mesas.

Después, aquellos relatos ingenuos en letra gorda inundaban de paz todo mi sér, produciéndome una sensación comparable a la calma penetrante de una vieja cerca de un monasterio, en la quebradura de un valle, a la hora del crepúsculo, oyendo correr el agua muy triste...

El pianista escuchaba con ojos de asombro y de codicia los relatos del «Decano». Castro se mostraba más escéptico. Había oído contar estas ganancias inauditas y otras muchas, pero sin presenciar una sola de ellas, y eso que llevaba también bastantes años viniendo á Monte-Carlo.

El autor pedía que se examinasen los relatos de los Evangelios mediante los mismos principios con que se juzga cualquiera otra tradición, que no se impusieran de antemano a la crítica los resultados y se la dejase libre de hipótesis preconcebidas.