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Debían ser franceses o de cualquier otro país: él no estaba cierto de quién eran ni le importaba; un matrimonio que iba por el mundo y parecía haber vivido en todas partes. El había tenido mil oficios, a juzgar por sus relatos: minero en Africa, colono en lejanas islas, cazador de caballos con lazo en las soledades de América.

Jaime aún recordaba los estremecimientos de emoción con que acogía estos relatos. ¡Ah, Sóller! ¡La época de santa inocencia, en que abrió sus ojos a la vida entre relatos de milagros y conmemoraciones de luchas heroicas!... La casa de la Luna habíala perdido para siempre, lo mismo que la credulidad y la inocencia de aquella época para él casi remota.

Pero los Febrer eran los suyos; el nombre y los bienes ya perdidos a ellos los debía. ¡Y él, último vástago de una familia orgullosa de su historia, iba a casarse con Catalina Valls, descendiente del ajusticiado!... Las consejas oídas en la niñez, los simples relatos con que le entretenía madó Antonia, surgían ahora en su recuerdo como ideas olvidadas, pero que habían abierto hondo surco.

Necesitaba un abogado: era extranjera; la opinión pública, influenciada por los exagerados relatos de los periódicos sobre su belleza y sus joyas, mostraba una animosidad feroz, pidiendo su pronto castigo. Nadie quería encargarse de su defensa, y por eso mismo él la había aceptado, sin miedo á la impopularidad.

Le brillaron los ojos con un resplandor azulado. Sentía la misma cólera que al leer los relatos da los primeros torpedeamientos de grandes trasatlánticos en las costas de Inglaterra.

Yo sospecho que los emperadores de la última dinastía se sintieron inquietos tal vez por la frecuencia con que llegaban á nuestras costas huéspedes de la misma talla, y trataron al viejo con brusquedad, sin considerar que el pobre venía atraído por los relatos de Eulame para establecer generosamente su civilización entre nosotros. Su cadáver dió poco trabajo para ser anulado.

La clase del pueblo, compuesta casi en su totalidad de marineros y pescadoras, era morigerada y nobilísima en sus instintos. Para ella el mundo era Comillas y su mar; y el mejor placer, después de una misa solemne con «el órgano nuevo», oir los relatos de algún licenciado de barco de Rey.

Pasando de boca en boca, acabó la leyenda por convertirse en palabra divina y surgieron cartas de intérpretes para apoyarla con su autoridad moral y sus ceremonias. Así es como en la herencia mítica de casi todas las naciones encontramos relatos que nos cuentan el nacimiento de las montañas, de los ríos, de la tierra, del Océano, de las plantas, de los minerales y hasta del hombre.

Antes, en mi infancia, ya era otra cosa. Entonces, como los demás, yo temblaba durante la velada oyendo esos bellos relatos, y ahora, hermosa patrona, hago tanto caso de ellos como de un remo roto. Pero ella ha querido que viniese a hacerme decir la buena ventura antes de hacerme a la mar. En fin, vamos a empezar; ¿está usted dispuesta, señora? Este señora arrancó a Ivona una mueca horrible.

Hablaba al último de los Febrer con una bondad de abuelo, esforzándose por que entendiese sus relatos, a pesar de que era parco en palabras y poco sufrido en sus relaciones con la familia.