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Vió el rostro de su padre, de frente espaciosa y calva y venerable barba blanca que caía sobre la antigua valona del tiempo de la reina Isabel de Inglaterra.

¿Y queréis que yo embista con una mujer que os ha rechazado? replicó Montiño. Habéis sorprendido á esta mujer. ¡Yo! Se ha puesto pálida al veros. Perdonad, á también me sorprendió... Mejor: ella ha reparado en vuestra sorpresa y espera. Perdonad, pero la sorpresa pasó. Créolo: pero os repito que los amores de esta mujer interesan... ¿A quién? A la reina. ¡Ah!

»Digo más, señores; digo más..... Allí nació y fué bautizado Alonso XI; allí murió la esposa amadísima de Trastamara, ó sea la reina D.ª Juana Manuel; allí murió también el príncipe D. Juan, único hijo varón de los Reyes Católicos, quien, de haber vivido más tiempo, hubiera ahorrado á España muchas calamidades; y allí, en fin, se casó con María de Portugal el Sr.

La Reina de los Angeles, antes de ser la Señora de los cielos, fué la amantísima madre del Salvador. Con la proverbial caridad de Filipinas, afortunadamente no se ha llegado á escribir todavía en estas playas el filosófico pareado que inspiró un infanticidio á el autor de El Rey se divierte, al exclamar: «Amor, contra el honor, te dió la vida. Honor, contra el amor, te dió la muerte

Ya , ya que un ambicioso puede estar enamorado de un rey, mirando en su favor el logro de su ambición; pero no he querido jugar del vocablo; no: don Rodrigo está enamorado de su majestad... la reina.

No bien el por qué, pero te aseguro que el decirlo no es propio de una niña. ¡Tanto peor!... Yo pienso así; respondí hundiéndome en mis frazadas. ¡Qué niña! exclamó Blanca, mirándome con una especie de piedad que me pareció chocante. He venido a hablarte de papá, Reina. ¿Qué pasa? -Escucha: Yo, como , quiero casarme hoy o mañana.

La viuda de Esquilón, en su política de altura, no hace caso de estas angustias y sigue evocando sus' gratos recuerdos de la infanta: «Me decía doña Isabel que, una vez casado el rey, forma éste su círculo palaciego, mientras la reina forma otro. La reina madre, cuando existe, también organiza el suyo. La madre de la reina, que no es la reina madre, forma otro.

¡Ah! maldiga Dios las mujeres... pero como estoy seguro que ni frailes capuchinos son capaces de convencer á un enamorado como vos... ¿Y la reina...? Dios guarde á su majestad. Seamos nosotros la mano de Dios.

Yo elegí el último punto por la comodidad con que entonces se hacía el viaje; pues había un paquete quincenal entre aquel puerto y éste; un quechemarín que se ponía junto á la botica del doctor Cuesta.... ¿Se admira usted? Es que entonces ni existía la plaza de la Verdura, ni en su existencia se pensaba, porque llegaba la marea muy cerca del Arco de la Reina.

¿Por qué ponía Fermín aquel gesto? ¿Había dicho él algún disparate?... Pues si no le gustaba esta solución, tenía otra. María de la Luz podía irse a vivir con él. Le pondría una gran casa en la ciudad, viviría como una reina. A él le gustaba la muchacha: bastante sentía los desprecios con que le había afligido después de aquella noche. Haría cuanto supiera para que fuese feliz.