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No era únicamente la discreción lo que le había impedido recordar al juez sus antiguas relaciones, sino también el miedo, pues sabía que era distinto de él, rígido y severo. ¿Había el juez visto con mayor lucidez? ¿Se había él engañado? ¿Habría, en realidad, querido morir?...

Este pesimismo le hizo recordar su situación presente. ¡Todo perdido!...

Si eso es la generalidad, es fácil concebir la altura de los grandes poetas colombianos. No quiero hablar del pasado; pero no puedo resistir al deseo de recordar aquí dos hombres cuya mano he estrechado con respeto y cariño: Rafael Pombo y Diego Fallon.

Entretanto, reconfortábase al recordar el despreciativo gesto con que había respondido a las capciosas preguntas del Tribunal.

La mesa estaba lista, y la tía aguardándome. Andrés, a quien diariamente mandaban desayuno y comida a su «changarro» del Barrio Alto, solía almorzar con nosotros. Me place recordar aquellos desayunos. ¡Qué de veces, en el comedor de fastuoso banquero, he pensado, con triste alegría, en aquellas horas dichosas! Tía Pepa en un extremo; yo a su derecha, y enfrente de Angelina.

Este motivo me hizo sacudir la pereza e ir despacio, una mañana de noviembre, a la playa de las Ánimas. Fuí por el monte Izarra; quería recorrer aquel camino del acantilado que tantas veces pasé de niño, echar una ojeada a la cueva de la Egansuguía y recordar el olor de las aliagas y de los helechos, ya olvidado por desde la infancia.

De otros antiguos relojes de Sevilla he de recordar también el de la Audiencia, el del Oratorio de San Felipe Neri, el del convento de los Remedios, el de los Jerónimos, que ya no existen, el de La Cartuja y el de San Agustín, que se estrenó en 27 de Junio de 1749.

Estos tienen derecho á su propio aplauso después de haber conquistado la altura: si en su viaje les ocurre una desgracia, merecen el dictado de mártires. La humanidad agradecida debe recordar sus nombres, bastante más nobles que los de tantos supuestos grandes hombres.

«Seis, siete.... Y uno en el bolsillo, ocho.... Puede que haya otro en la lavandera...». Dejólos caer de golpe. Acababa de recordar que uno de aquellos pañuelos se lo había atado él a la niñita debajo de la barba, para impedir que la baba le rozase el cuello.

Este no sabía con certeza si el nuevo compañero era un amigo, un maestro ó un sirviente. Otra duda sufrían los visitantes. Los aficionados á las letras hablaban de Argensola como de un pintor; los pintores sólo le reconocían superioridad como literato. Nunca pudo recordar exactamente dónde le había visto la primera vez.