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Creyó que la muchacha le miraba, que le reconocía por entre el follaje, a pesar de la distancia, y sintiendo un repentino miedo de chiquillo que se ve sorprendido en plena travesura, volvió la espalda y se alejó rápidamente hacia la ciudad, experimentando después cierta satisfacción, como si hubiera adelantado algo en el conocimiento de Leonora, sólo con llegar a las inmediaciones de la casa azul.

Tal vez doña Inés reconocía con dolor que su propia alma suprema se había inficionado e impurificado un tanto por culpa de circunstancias exteriores que habían hecho prevalecer y triunfar en varios puntos las otras dos almas, inferior y media.

La suerte estaba echada, no quería amor... La amistad les había llevado algo lejos. Ella tenía la culpa, pero sabría remediarlo. Era ya un barco viejo que no podía cargar con el peso de una nueva pasión. Si le hubiera conocido años antes, tal vez. Reconocía que hubiese llegado a quererle; le creía más digno de su amor que otros hombres a los que había amado.

Era el encargado de vengar a todos aquellos ilustres culoteadores de pipas, de las altas dotes intelectuales que toda España reconocía en Peñalver. Al llegar los postres levantóse a brindar Escosura. A éste le respetaban algo más los salvajes por su corpulencia, por su carácter fogoso y sobre todo por su dinero. Presumía de orador tribunicio.

Y la figura del padre se transformaba y reconocía á Basilio, agonizando y dirigiéndola miradas de reproche. La desgraciada se levantaba, oraba, lloraba, invocaba á su madre, á la muerte, y hubo un momento en que, rendida por el terror, á no haber sido de noche habría corrido derecha al convento, suceda lo que suceda.

Mi madre, que era discreta y callada, o no sabía o aparentaba no saber del San Vicente sino el nombre del autor, su mérito como objeto de arte y la inmediata procedencia por donde llegó a sus manos. De sobra reconocía además, y no lo disimulaba, que el artista había tomado para modelo de su Santo el bello y noble rostro del marqués, marido de ella, y le había retratado con fidelidad pasmosa.

Con frecuencia también, uno era el huésped del otro; y para el joven ministro había una especie de fascinación en la sociedad del hombre de ciencia, en quien reconocía un desenvolvimiento intelectual de un alcance y profundidad nada comunes, juntamente con una liberalidad y amplitud de ideas que en vano trataría de buscar en los miembros de su profesión.

El doctor reconocía que no era gran cosa como mujer: la alegría de la juventud en los ojos, los cabellos rubios de su madre, y una esbeltez de muchacha sana en la que todos los encantos femeniles están aún recogidos, como en capullo, sin la majestad exuberante de la forma definitiva. A través de su belleza en agraz, adivinábase el esqueleto fuerte y anguloso del padre.

La Mariposa hablaba de su nieto a todo el barrio, augurando que algún día le verían entre los mandones; el Mosco reconocía en Isidro un talento que se aproximaba al de sus grandes ídolos; el señor Manolo el Federal lamentábase, a sus espaldas, de que un muchacho de tanto mérito no se inscribiese en el censo del partido.

Todos le miraban de reojo, pero jamás oyó desde los campos cercanos al camino una palabra de insulto. Le volvían la espalda con desprecio, se inclinaban sobre la tierra y trabajaban febrilmente hasta perderle de vista. El único que le hablaba era el tío Tomba, el pastor loco, que le reconocía con sus ojos sin luz, como si oliese en torno de Batiste el ambiente de la catástrofe.