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Pero el amor humilde, abnegado, suplicante, de la Condesa Florencia, no había servido para redimir a Zakunine, y al pensar en el martirio de la infeliz, el magistrado se negaba a toda indulgencia, reconocía que así como aquel hombre violento había querido la mortificación de ese pobre ser delicado, también podía haber querido su muerte.

Al ponérselo ¡cómo se reía el buen cura!... Salvador le regaló un cinto con dos pistolas que no necesitaba. Cuando se vio con tales arreos el capellán, a quien ya no conocería ni la Iglesia su madre ni la madre que le parió, soltó tan gran carcajada, que las gentes salían al camino para verle. El mismo Salvador, que había asistido a su lenta trasformación, casi no le reconocía bien. Sr.

Causaba lágrimas de consuelo el oirle a ésta con tanto agrado, devoción y dulzura sacrificar a JESUCRISTO su juventud, sus prendas, sus hijos y su vida: protestando, que sentía en el alma no poderla perder mil veces, en desagravio de las ofensas, que reconocía haber hecho a su Redentor, cuyo perdón esperaba, por los méritos de su sangre y por la intercesión del amparo de pecadores MARIA, cuyo tierno amor, decía, que nunca había podido arrancar de su corazón.

De niña era un diablejo irresistible, lo reconocía ingenuamente. Apenas se pasaba día sin que dejase de proporcionar algún disgusto a las hermanas. La vida triste y monótona del colegio no era para ella. Se levantaban muy temprano y hacían media hora de oración en la sala de clases. Luego oían misa. A la salida se hablaban, preguntándose por la salud únicamente.

Cuando el inglés volvió á su país, Sánchez Morueta miró con sonrisa paternal á su ingenierillo. «Muchacho, ¿te atreverías con todo eso?... ¡Vaya si se atrevió! El millonario reconocía que desde que Sanabre estaba al frente de los altos hornos marchaba la explotación con más regularidad, siendo menos frecuentes los conflictos entre la administración y el ejército obrero.

De un día a otro y durante un tiempo no breve, nadie reconocía en él al mismo hombre y, abandonó las compañías indignas, luego de los entretenimientos viles; por una reacción que no se había podido prever, no vivió sino de sueños, de puras contemplaciones, en adoración muda y discreta; a todo eso no lo animaba otro propósito que el de hacerse digno de ser amado por medio de una vida ejemplar.

Lucía se acercó también, con la sonrisa que le jugaba en los labios y en los ojos. Conocía a Julio de vista y por oídas. Tomó en seguida una actitud confiada y, enlazando la cintura de Charito, se apoyó en ella con dejadez familiar, lánguida. Parecía advertirle que reconocía en él a una persona de su misma clase sentimental; hizo que recayera la conversación sobre un tema galante.

No tuvo que andar mucho para encontrar la puerta que buscaba. , allí era. Bien reconocía la muestra que años atrás estaba en la calle de la Torrecilla, y que decía clarito, con azules caracteres, Cacharrería.

Mas él, enojado, le echó de diciendo quería acabar la vida que le quedaba, antes que faltar un ápice á la ley que profesaba á Jesucristo, á quien sólo reconocía por Dios y Señor. Tan heroica virtud en un cristiano tan nuevo, no pudo dejar de ser premiada de Dios, que le restituyó á su antigua salud y fuerzas.

La muchacha, como si la penosa revelación la hubiese sumido en la insensibilidad de los imbéciles, no cerró los ojos, no movió la cabeza para evitar el golpe. La mano de Fermín volvió a caer sin rozarla. Fue un relámpago de ferocidad; nada más. Montenegro se reconocía sin derecho para castigar a su hermana.