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Bátese en Africa; bátese en las Indias; se casa entre los malayos, tan bravos y feroces, y él mismo parece haber sido uno de tantos. Durante su larga permanencia en Asia recoge todos los informes, prepara su grande expedición, su tentativa de encaminarse por la América á las islas de las especias, las Molucas.

Ultimamente, no verás hombres y mugeres juntos ni en el atrio ni dentro del templo: cada sexo tiene asignadas sus puertas para entrar en uno y otro, y sus departamentos ó secciones en el interior de la mezquita: la muger recoge el manto sobre su rostro dejando solo destapado un ojo , y hace sus abluciones separada de los hombres, porque en ella todo es pudendo, hasta los brazos y el cuello: todo, á escepcion de las manos, los piés y la cara.

A fe que no será lo primero, porque lo que es él es un hombre de los buenos; no hay que decir. Pero esa mariparda lo ha engatusado con su canto, que dura desde que echa el sol sus luces hasta que las recoge, pues no hace naíta más. Ya se lo dije yo: don Federico, dice el refrán, toma casa con hogar y mujer que sepa hilar; y no ha hecho caso; es un Juan Lanas.

Caza hay mucha en sus bosques, y el poco cacao que recoge es muy estimado. En la tarde del veintiuno nos dirigimos al pueblo de Atimonan. El camino que conduce á aquel, salvo ligeros trayectos, no se separa de la playa.

De trecho en trecho hay muelles avanzados de madera que sirven de estaciones, y á cada diez minutos llega de subida ó de bajada un vapor, largo, delgado y ligero como una anguila, que lanza de su seno una multitud de pasajeros, recoge otra, hace silbar su locomotiva y se escapa caracoleando con maravillosa destreza por entre los estrechos intersticios que dejan los botes y navíos que tapizan las ondas,

La cascada de los Peregrinos es determinada por un torrente que, descendiendo á saltos y casi perpendicularmente por entre las fracturas del cerro, recoge sus aguas en una especie de taza granítica, en el fondo de una rambla profunda, destrozada y sombría, y se lanza luego en semicírculo á una hondura de 50 metros, escondiendo su hermoso chorro entre una vegetacion enteramente agreste.

Desde Santurroriaga me mandó a pedir ciertos papeles: su fe de bautismo, las partidas de muerto de sus padres... qué yo, algunos documentos tenía ella...; yo no estuve delante si le dijeron los latines, ni fui padrino; ¡y la grandísima necia descastada, viene luego a Madrid, recoge cuatro trastos de mi casa; y abur! Yo no he de pedirle ni agua, ni quiero meterme en su vida privada.

¡Miren la chiquilla, que recoge mis palabras para traérmelas a la cabeza!... Y bien, señorita, ¿no obro yo con arreglo a la ley de Dios? ¿Me ves hacer mal al prójimo, despojar a la gente o calumniar a la virtud? ¿No vivo yo como una persona honrada y celosa de su deber?... ¿Qué tienes que objetar?...

EL CABALLERO siente la amenaza y adelanta hacia su primogénito. Don Pedrito ceja, se recoge, y con un salto impensado, arranca su bordón al leproso. Armado y, apercibido, hace con él un circulo en el aire que tiene un terrible zumbar. Cuando el padre y el hijo van a encontrarse, se interpone entre ellos la figura gigante y trágica del Pobre de San Lázaro.