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Se acodaron los dos amigos en el balcón de la terraza del fumadero, viendo a sus pies los emigrantes septentrionales que llenaban la explanada de popa. Maltrana había estado entre ellos un buen rato antes de bajar a los frigoríficos. Crea usted que se necesita valor para permanecer entre esas gentes.

Bien pudiera ser verdad pensó mientras cerraba los broches de las tapas, dejando el clavel adentro , que no lo hago del todo mal. Volvió el álbum al cajón, cerrole con llave, bajó a la botica, y estúvose con su padre un buen rato hablando de los sucesos del día en Peleches y en la mar. ¡Muy satisfecho estaba de ellos el boticario! Y también de Leto.

Estuvo un rato pendiente de ella sin morir, y atribuyendolo á milagro cortaron la soga los que estaban presente, y le libraron.

Hace un rato volvía yo de la secretaría de Consolidación y Contaduría general, en la plazuela de San Agustín, y me las encontré con D. Paco.

Al cabo, el vocablo cajigalinas, de origen semítico, apareció nuevamente en sus labios, y desde entonces no volvió a entrar en las habitaciones de la señora sin que una fina sonrisa de incredulidad vagase por su rostro atezado. Ricardo permaneció todavía un rato al lado de doña Gertrudis y después salió a dar vueltas por la casa en busca de las niñas.

Durante un buen rato, permanecieron allí, sentados en plácida calma, mientras los picos carpinteros charlaban sobre sus cabezas y las voces de los niños jugando a escondite llegaban algo débiles desde la hondonada. Lo que hablaron, poco importa, y lo que pensaron, que podría ser interesante, no pudo traslucirse.

Torquemada se hubiera escondido en el centro de la tierra para no oír tal grito: metióse en su despacho sin hacer caso de las exhortaciones de Bailón, y dando á éste con la puerta en el hocico dantesco. Desde el pasillo le sintieron abriendo el cajón de su mesa, y al poco rato apareció guardando algo en el bolsillo interior de la americana. Cogió el sombrero, y sin decir nada se fue á la calle.

¿No voy camino del infierno, señor cura? No me parece, mi buena hijita. Son cosas de tu edad. Eres tan joven. ¿Joven, mi pobre cura? ¡Ah, si pudierais ver el fondo de mi alma! Os he escrito, que no era más que un esqueleto, y es la verdad. En todo caso, no lo pareces. Ya hablaremos de ello de aquí a un rato, señor cura, y os convenceréis.

Pero Margalida, como si se viera amenazada de un peligro, se desasió de sus manos, huyendo de la habitación. Bueno dijo el capitán . Ya os besaréis dentro de un rato: cuando yo no esté.

Don Alejandro Bermúdez permaneció un buen rato como descoyuntado sobre la silla en que se sentaba, con la cabeza gacha y mirando la carta, que estaba a sus pies, hasta con el ojo huero.