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A las cuatro, cuando se hizo salir un rato a los enfermos a tomar el aire, las avenidas estaban completamente secas, el suelo parecía de piedra y las hojas caídas crujían bajo las pisadas. El doctor, Pomerantzev y Petrov se paseaban a lo largo de la avenida.

Largo rato después hallábase en el mismo sitio, con la cabeza inclinada sobre el pecho, las mejillas encendidas y los celestiales ojos mojados de llanto, cuando acertó a pasar Teodoro Golfín, que de la casa de Aldeacorba con tranquilo paso venía.

Demasiado sabe usted, tío, cuál es la mosca que me pica profirió Andrés con acento triste. Por mi culpa están padeciendo algunos... No quiero ser más tiempo causa de disgustos... El pie de berza volvió a ser instantáneamente objeto de la más profunda atención. Un buen rato se estuvo el cura devorándole con los ojos en silencio.

Cuando Pomerantzev hubo conseguido que todos los enfermos se sentasen en semicírculo, la señora de los cabellos sueltos propuso de repente que se jugase un rato al anillo, y no hubo ya tribunal posible. Media hora después, Pomerantzev y Petrov charlaban amistosamente, como si nada hubiera ocurrido: habían olvidado por completo su desavenencia.

A poco rato, aunque sin moverse de la silla, continuó así: Conviene que te advierta, para que lo tengas entendido, que no trato de corresponder con esta miseria al gran favor que me ofreciste poco hace.

Pasada media hora salieron los cabecillas, dejando al prisionero encerrado y custodiado por los cuatro defensores del altar y el trono. Los tres caudillos, alejándose a cierta distancia de sus subordinados, conversaron breve rato: uno discutía acaloradamente, como quien defiende su opinión con viveza; pero el de la zamarra y el otro, que debían estar de acuerdo, se mostraban inflexibles.

Al cabo de un rato se encontró frente á su casa. Quedó un instante inmóvil y se llevó la mano á la frente cual si tratase de ordenar sus ideas diseminadas. Había allí dentro algo que le abrasaba mucho más que el bárbaro golpe de la espalda, cuyo cardenal le quedó impreso largo tiempo.

Es preciso que yo lo sepa; pero apúrate, apúrate, que ya empieza a repicar la campanilla. El señor desconocido me tomó la mano; fijó largo rato sus ojos penetrantes en los míos, como si quisiera indagar con su mirada el fondo de mi alma. Mi corazón latía violentamente, mi espíritu se extraviaba, una nube me empañaba la vista. Pero, ¿qué te preguntó?

Unas veces y otras veces no. ¿En este momento lo tienes? ¡Ah, qué curiosilla eres! exclamó volviendo hacia ella su cara sonriente . No; en este momento, no. ¿Por qué? Porque si el mar nos tragase, moriríamos los dos juntos, y yendo en tan amable compañía, ¡qué me importa dejar este mundo! La niña le miró un rato fijamente.

¿Pero estás de chanza o...? Manolo, ¿en qué piensas?... ¿Qué te pasa? Hay horas en la vida, que parecen siglos por las mudanzas que traen. Hace un rato, verás ¡qué cosa tan extraña!