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Reíansele los ojos, las facciones todas, y el sol, indiscreto cronista de los cutis marchitos, jugaba sin temor entre el dorado imperceptible vello que tapizaba las mejillas de la niña, tiñéndolas con tonos calientes de rancio mármol. Lucía esperaba que la hablasen, y su mirada lo pedía.

Ya le bastaban las de los Pazos. Nótese cómo un hidalgo campesino de muy rancio criterio se hallaba al nivel de los demócratas más vandálicos y demoledores.

Usté, señor Fermín, es un rancio; pero por darle gusto quedan suprimidas las cantaoras. Bien mirado, maldita la falta que hacen más jembras, aquí donde hay tantas que parece un colegio. ¡Pero música y vino hasta por encima de la cabeza! Y baile de la tierra; y baile fino, agarrados como los señoritos. Verá usted la que se arma esta noche, señor Fermín.

Escatimando en lo posible los conocimientos, apagando todo ardor y entusiasmo, ¡rebajando toda dignidad, único resorte del alma, é inculcando en nosotros viejas ideas, rancias nociones, falsos principios incompatibles con la vida del progreso! ¡Ah! si, cuando se trata de alimentar á presos, de proveer á la manutencion de criminales, el gobierno propone una subasta para hallar al postor que ofrezca las mejores condiciones de alimentacion, al que menos les ha de dejar perecer de hambre, cuando se trata de nutrir moralmente á todo un pueblo, nutrir á la juventud, á la parte más sana, á la que despues ha de ser el pais y el todo, el gobierno no solo no propone ninguna subasta, sino que vincula el poder en aquel cuerpo que precisamente hace alardes de no querer la instruccion, de no querer ningun adelanto. ¿Qué diríamos nosotros si el abastecedor de cárceles, despues de haberse apoderado por intrigas de la contrata, dejase luego languidecer á sus presos en la anemia, dándoles todo lo rancio y pasado, y se escusase despues diciendo que no conviene que los presos tengan buena salud, porque la buena salud trae alegres pensamientos, porque la alegría mejora al hombre, y el hombre no debe mejorar porque le conviene al abastecedor que haya muchos criminales? ¿Qué diríamos si despues el gobierno y el abastecedor se coaligasen porque de los diez ó doce cuartos que percibe por cada criminal el uno, recibe cinco el otro?

ó con alguno de los modernos otra frase equivalente en menos rancio castellano, cuando llegaba el impertinente tábano, que le hacía girar como las aspas de un molino para defenderse de sus iras, ó cantaba á su lado la chicharra, ó se punzaba las asentaderas con alguna zarza traidora, ó caía una lagartija sobre la más sentimental y pastoril de las estrofas de su libro.

Su hijo, que después fue marqués de Casa-Muñoz, casó con la hija de Albert, el que daba la cara en las contratas de paños y lienzos con el Gobierno. Eulalia Moreno, hija también del D. Pascual y hermana del actual marqués, se unió a D. Cayetano Villuendas, rico propietario de casas, progresista rancio. Dejamos sueltos estos cabos para tomarlos más adelante.

Mientras nosotros conversábamos, su rancio esposo reposaba sentado; su madre escribía a destajo. Todo lo que Cecilia decía era sencillo y natural; pero estaba impregnado de una dulzura y una melancolía realmente exquisitas. La hablé de su marido, y le tributó los mayores elogios, recordando con gratitud los títulos, la posición y la fortuna de que le era deudora.

Pegajoso limo cubre esa tierra blanda, en la cual resbala el pie que pongo en ella con repugnancia. Paréceme estar ya encerrado en el horrible calabozo y respiro con asco su aire rancio y mefítico, y, sin embargo, aquel aire es puro, comparado con el olor de moho y osamentas que sale de la abertura mellada de la mazmorra. Me asomo al negro agujero é intento divisar algo, pero nada veo.

Amparo, cubriendo la brasa con ceniza, juntaba en una cazuela berzas, patatas, una corteza de tocino, un hueso rancio de cerdo, cumpliendo el deber de condimentar el caldo del humilde menaje. Hecho lo cual, se presentó más oronda que una princesa a la persona encamada a quien había llevado el desayuno.

Se proponía solicitar para él, más adelante, aquel marquesado rancio y glorioso de San Dionisio que estaba sin sucesión desde la muerte de su famoso tío Torreroel. Don Pablo, al dejar el teléfono, saludó a Fermín, impidiéndole con un ademán que abandonase su asiento.