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Viose entonces salir de las vaguedades del crepúsculo la mesa, la larga mesa de sesenta cubiertos, con sus brillantes objetos de plata, sus ramos de flores simétricamente colocados, sus altos ramilletes de dulce, sus temblorosas gelatinas, donde la luz rielaba como en un lago. El presidente del Círculo tendió en derredor una mirada de orgullo. En verdad que el aspecto del banquete era majestuoso.

Á entrambas orillas se extiende una vega más florida que dilatada, donde alternan los plantíos de maíz con las praderas; unos y otros cercados por setos de avellanos que salen de la tierra semejando vistosos ramilletes. El Nalón se desliza sereno unas veces, otras precipitado formando espumosa cascada; pero en todas partes tan puro y cristalino que se cuentan las guijas de su fondo.

Y ¿en qué vas a entretenerte? la preguntó al fin don Alejandro. Por de pronto, en coger florecillas y helechos, que abundan entre estas peñas sombrías. ¡Verás qué guirnaldas y qué ramilletes tan lindos voy a hacer!... Vamos, tu manía. A veces vuelves a casa hecha una varita de san José. Corriente.

Allí se le darán a oler, en matizados ramilletes, de todas las flores del Generalife, y aun se la acercará a los labios fruta del peral y raudales de la fuente, para que tales aromas y tan regalados como sencillos manjares produzcan en la hermosa Sultana el mágico efecto que me figuro.

A un lado, había un pozo de la misma época en que se construyó el palacio, un orificio abierto en la roca, con brocal de piedra roída por el tiempo y una espadaña de hierro trabajada a martillo. La hiedra crecía en frescos ramilletes entre los salientes de la pulida piedra.

En días de gran venta, cuando había muchas señoras en la tienda y los dependientes desplegaban sobre el mostrador centenares de pañuelos, la lóbrega tienda semejaba un jardín. Barbarita creía que se podrían coger flores a puñados, hacer ramilletes o guirnaldas, llenar canastillas y adornarse el pelo. Creía que se podrían deshojar y también que tenían olor.

No quiero hablar, me dijo tristemente, no quiero hablar; ¿no lee usted en mis ojos más de lo que mis labios pudieran decirle? ¡A qué negar lo que ya sabe usted! ¡A qué ocultar, Rodolfo, que hace mucho tiempo que le amo! ¡A qué negar lo que mis ojos le han dicho tantas veces! Apartó los ramilletes que tenía delante, y ocultó el rostro entre las manos.

De manos de mi tía, hábiles por extremo, salían todos los ramilletes que adornaban las iglesias de Villaverde. Flores de mil clases y colores. Unas, fantásticas, de papel dorado y plateado; otras, las más bellas, tan propias y bien dispuestas, que, a cierta distancia, nadie las distinguiría de las naturales.

CAPÍTULO XVII. No son todos ruiseñores. Los ramilletes de Madrid. La noche de San Juan. El mayor imposible. El acero de Madrid. La hermosa fea. Otras comedias. Comedias religiosas. El Cardenal de Belén. San Nicolás de Tolentino. El animal profeta. Otras comedias de la misma clase. 151 CAPÍTULO XVIII. Autos, entremeses y loas de Lope de Vega. 177 CAPÍTULO XIX. Poetas dramáticos valencianos.

Ahora me ha confesado don Crisanto que en el último ataque vio a tu madrina muy mala, tan mala que poco faltó para que la mandara disponer. La Virgen me ha hecho el milagro; se lo pedí de todo corazón, y le ofrecí unos ramilletes. Recibí el dinero. Gracias, hijito. Dios te lo pague. Eres muy bueno con nosotras. ¿Por qué mandaste todo el sueldo, y nada guardaste para ?