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Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determinó arrimarse a los buenos por ser uno dellos, y vínose a vivir a la ciudad, y por evitar peligro y quitarse de malas lenguas se fué a servir a los que al presente vivían en el mesón de la Solana.

Estas criaturas, sin embargo, gozaron breve tiempo de la dicha. Poco a poco se fueron tornando tristes. La tierra se convirtió en un lugar de amargura. Unos se desesperaban, otros se volvían locos, otros llegaban hasta quitarse la vida.

Llegose un instante a su gabinete, pensando en la visita que aquel día esperaba, pero el interés de este asunto no le hizo olvidar los suyos propios, y sin quitarse el manto, volvió a salir y fue al despacho de su sobrino. «¿Se puedepreguntó abriendo suavemente la puerta.

Vamos, Celestina, dinos lo que piensas de San Pablo continué dirigiéndome a la anciana, que se obstinaba en pasarse la mano por las narices como para quitarse una humedad molesta. Pienso respondió la aludida, a la que halagaba la atención de que era objeto, pienso que Dios ha enviado a San Pablo para impedir que las jóvenes se pierdan casándose.

Después siguió escribiendo su diario, continuándolo hasta aquel mismo instante y anunciando en él su propósito de quitarse la vida, sin perder la tranquilidad, sin la menor emoción, con pulso firme. Cuando acabó su tarea eran las ocho de la mañana. Tomó sus pistolas y después de cargarlas con dos balas se las guardó bajo la levita, montó en su carruaje y fue a casa del doctor.

Núñez, aunque guerrero, cede a sus instancias y vuelve hacia la casa con semblante fiero y ceñudo, enteramente resuelto a quitarse hasta los calcetines y a meterse en la cama mientras se manda propio a Lancia por una muda. Todos sus amigos le rodean, y así llegan hasta la casa. Emilita, que está al balcón, al verlos de aquella guisa, pregunta con sorpresa: ¿Qué es eso?

Las trompetas del regimiento sonaban mientras atravesaban la aldea... y todas las miradas buscaban a Juan, al pequeño Juan; pues para los viejos de Longueval siempre era el pequeño Juan. Cierto paisano todo arrugado y agobiado, no pudo nunca quitarse la costumbre de decirle al pasar: «¡Eh! buen día, chicuelo, ¿cómo te va?» Y tenía seis pies de altura el tal chicuelo.

Por todo, no vuelva usted.... ¡Prométame que no volverá a idear quitarse la vida, que puede emplearla tan bien!... Si yo supiese de discursos, y fuese sabia como el Padre Urtazu, lo diría mejor, pero usted me entiende.... ¿verdad que ? Prométame usted... no volver... no volver....

Yo, que había hecho confesar á la Dorotea quién era la dama que la causaba celos, asegurándola que si no me contaba todas las circunstancias, sin dejar una, de su asunto, podría suceder que no fuese eficaz el bebedizo, me dijo en substancia lo siguiente : Una noche don Rodrigo fué muy tarde á verme: al quitarse la ropilla, se le cayó de un bolsillo interior una cartera, que don Rodrigo recogió precipitadamente.

El cielo estaba como suele verse en las noches de invierno, limpio, estrellado hasta la profusión, hasta el derroche, cual si saliesen a la bóveda del cielo más astros de los que caben y pugnasen por quitarse el puesto unos a otros. El aire quieto, sereno, tenía un no qué, sólo comparable al fulgor horripilante de la cuchilla acabada de afilar.