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Lo que más le molestaba era la limpieza; aquel suelo barrido todos los días y bien fregado, para que la humedad, filtrándose a través del petate, se le metiera en los huesos; aquellas paredes, en las que no se dejaba tener ni una mota de polvo. Hasta la compañía de la suciedad le quitaban al preso. Soledad completa.

El P. Gil permaneció fuera, presenciándola. Uno y otro fueron objeto de gran curiosidad para la ventera, para sus hijos, para el mayoral y el mozo del coche. Apenas les quitaban ojo. El joven presbítero observó que cambiaban entre ellos algunas miradas expresivas y burlonas que le avergonzaron. Vio repentinamente la falsedad de su situación, la enorme tontería que había hecho.

Al llegar á la plaza se quitaban el sombrero ante las banderas, faltaba poco para que llorasen, cantaban una estrofa de la Marsellesa. «¡Viva Francia! ¡Vivan los aliados!...» Y á continuación se metían en el Casino para apuntar su dinero al mismo número de la fecha celebre ó á otras combinaciones sugeridas por la paz.

Tenía indudablemente vivos deseos de contemplar la inmensa catarata, pero una mezcla de cansancio físico y de lasitud moral, me quitaban el entusiasmo que en otros tiempos me hacía andar centenares de de leguas por gozar de un nuevo aspecto de la naturaleza. Además, el raudal del Tequendama vivía en mi memoria, y mi alma le era fiel.

Ella sintió que su ser se diluía en una vaguedad semejante a la que había experimentado en algunos momentos extáticos, así junto a la Virgen en la iglesia de Nueva Pompeya, y le pareció que morir no sería sino prolongar por toda una eternidad la delicia de aquellos momentos. ¡Una eternidad para las manos que le quitaban con tan suave modo los zapatos blancos!

La señora le oía y se reía. ¡Qué cabeza más destornillada! era un tarambana, y nunca haría cosa de provecho, si no tenía más juicio y no dejaba de lado aquellas ideas de fortunas improvisadas, que le quitaban el sueño. Dióle el billete de dos pesos, que sacó de su cartera de tafilete, a tiempo que don Pablo Aquiles golpeaba las manos en la puerta del comedor, impaciente.

Llegó esta opresion á tanto extremo, que les quitaban las mujeres y los hijos para instruirles en su secta. Profanaban los templos y monasterios tan antiguos, donde habia depositados tantos cuerpos de Santos, y grande memoria de nuestra primitiva Iglesia que tanto floreció en aquellas Provincias, trocando el verdadero culto en falsa y abominable adoracion de su profeta.

No tenía muy robustas piernas el escribiente, muchachón enclenque y larguirucho; y a breve distancia perdió fuerzas, tropezó con un tronco, cayó de bruces... Tendido en el suelo sintió que se acercaba un hombre y que dos hercúleos brazos lo ataban codo con codo, lo registraban y le quitaban el revólver... Pidió gracia por la vida... Nadie le contestó... Pero un violento puntapié lo obligó a levantarse... Vio entonces que tenía enfrente un gaucho forajido.

Accedió el general a la demanda del comandante del segundo; pero un coronel halló que le quitaban el mejor cuerpo, el general López, que se comprometían al principio las tropas de élite que debían formar la reserva, según todas las reglas, y el general en jefe, no teniendo suficiente autoridad para acallar estos clamores, mandó a la reserva al escuadrón invencible y al insigne cargador que lo mandaba.