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Llevarónse consigo a don Quijote, estimándole por hombre de valor y de pelo en pecho.

Y la suerte, que sus cosas de bien en mejor iba guiando, aún no hubo andado una pequeña legua, cuando le deparó el camino, en el cual descubrió una venta que, a pesar suyo y gusto de don Quijote, había de ser castillo.

-Yo, señores -respondió don Quijote-, os lo agradezco, pero no puedo detenerme un punto, porque pensamientos y sucesos tristes me hacen parecer descortés y caminar más que de paso. Y así, dando de las espuelas a Rocinante, pasó adelante, dejándolos admirados de haber visto y notado así su estraña figura como la discreción de su criado, que por tal juzgaron a Sancho.

¡Pasito, mi señor don Quijote de la Mancha! -dijo el duque-, que adonde está mi señora doña Dulcinea del Toboso no es razón que se alaben otras fermosuras.

Se diría que en el país donde se había escrito el Amadís, La Celestina y el Quijote, se había perdido la aptitud para escribir novelas.

-En eso hay mucho que decir -respondió don Quijote-. Dios sabe si hay Dulcinea o no en el mundo, o si es fantástica o no es fantástica; y éstas no son de las cosas cuya averiguación se ha de llevar hasta el cabo.

Bendito será el día en que a la vida brote del suelo de Pelayo un nuevo y fuerte imperio que pase de Galicia, que pase del islote de Gibraltar, el día en que medio hemisferio raye con larga sombra la lanza de Quijote. Septiembre, 1915. El sol en su ebriedad suprema el suelo muerde.

A compasión mueve, no aquel desdichado loco, sino Cervantes, que en él se reflejó harto de veras, con apariencias de donaire y burla; lágrimas que no sonrisas arrancara a los que tienen alma don Quijote, y en él se advierte que Cervantes arrojaba entre sus gracejos al mundo, que no le comprendía, pedazos de sus míseras entrañas.

Llegaron, volvieron a subir amo y mozo, y, sin volver a despedirse de la Arcadia fingida o contrahecha, y con más vergüenza que gusto, siguieron su camino. Capítulo LIX. Donde se cuenta del extraordinario suceso, que se puede tener por aventura, que le sucedió a don Quijote

-Todo eso me parece de perlas -respondió Sancho-; y, si no fuera por la falta que para el camino nos había de hacer Rocinante, también fuera bien dejarle colgado. ¡Pues ni él ni las armas -replicó don Quijote- quiero que se ahorquen, porque no se diga que a buen servicio, mal galardón!