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ABIND. ¿Pediréte algo? JARIFA. . ABIND. ¿? JARIFA. , pues. ABIND. ¿Qué te pediré? JARIFA. Lo que te diere más gusto: Todo entre hermanos es justo. ABIND. No fué justo, pues que fué. Ahora bien: dame una mano, Y pondréla entré estas dos, Por ver si así quiere Dios Que sepa que soy tu hermano. JARIFA. ¿Aprietas?

Pero muy contra lo que sucede en casos tales, en vez de oponerse los unos a que se encaramasen los otros, todos se ayudaban con solicitud, mostrando por anticipado lo que debe ser y lo que será con el tiempo la fraternidad universal. Eh, buen hombre, que se va V. a caer... Deme V. la mano. Caballero, téngame V. por el bastón. No ponga V. el pie sobre la rueda. ¿Quiere V. que nos apretemos más?

Este sacrilegio excita universal indignación; el Rey quiere salir en persona para castigar al insolente criminal; pero el joven Garcilaso consigue la gracia de pelear con él en vez del Rey, y reviste, al efecto, sus armas invocando antes á la Virgen. En una escena intermedia se presentan la España y la Fama para ensalzar los nombres de Garcilaso y de Fernando.

Derrámasele al otro Mendoza la sal encima de la mesa, y derrámasele a él la melancolía por el corazón, como si estuviese obligada la naturaleza a dar señales de las venideras desgracias con cosas tan de poco momento como las referidas. El discreto y cristiano no ha de andar en puntillos con lo que quiere hacer el cielo.

Por una y otra banda, las caras o fachadas tienen anchuras, quiere decirse, patios cercados de verjas mohosas, y en ellos tiestos con lindos arbustos, y un mercadillo de flores que recrea la vista.

Ya me está a cargando esta canción estólida murmuró Martín. ¿Cuál? preguntó el extranjero. La jota. La encuentro como una cosa petulante. Me parece que le estoy oyendo hablar a ese viejo navarro de la posada. El que la canta quiere decir: «Yo soy más valiente que nadie, más noble que nadie, mas heroico que nadie

Las señoras, que aguardaban en la antesala, decían en voz de falsete a las que entraban: «Se está despidiendo, se está despidiendo de su padre... Don Mariano no quiere ir a la ceremoniaDespués apareció otra vez María, risueña y serena como antes, diciéndoles: Vamos, señores; en marcha.

A veces se miraban en silencio. Cada cual esperaba, sin duda, que el otro dijera algo, proponiendo una fórmula de conciliación... Por la tarde se volvió a hablar del asunto; más Rosalía, henchida de soberbia, persistió en sus repugnancias y en poner a Agustín y a Amparo por los suelos... Por la noche, la ilusión del viaje ganó en su espíritu tanto terreno, que se aventuró a hacerse una pregunta inspirada en el sentido recto de las cosas: «¿Y a qué me importa que se casen o se dejen de casar o que ella sea como Dios quiere?». Su alma se inundaba de tolerancia; pero no quería dar su brazo a torcer ni manifestarse vencida, por lo cual esperaba que su marido cediera antes para hacerlo después ella afectando obediencia y resignación.

Es que ha ocurrido una desgracia, y quiere ocultármelo, por caridad». Prorrumpió en acerbo llanto la infeliz dama, y el clérigo permanecía perplejo y mudo. «Señora, por piedad, no se aflija usted... Será, o no será lo que usted supone. ¡Nina, Nina de mi alma! ¿Es persona de su familia, de su intimidad? Explíqueme... Si el Sr.

Los dos se habrían unido para siempre, pero no se habrían contentado con un tácito compromiso, habrían solicitado la sanción social y la divina, porque la ley moral quiere que el amor sea el fundamento de la familia: así no muere, o tal vez se transforma. Nosotros nos hemos conocido demasiado tarde. Yo no niego que se pueda amar más de una vez, principalmente de parte de los hombres.