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Del Rafael antiguo que deseaba la muerte para terminar pronto no quedaba más que la envoltura. El nuevo, formado dentro de aquella sepultura, pensaba con terror que ya iban transcurridos catorce meses y forzosamente estaba próximo el fin. De buena gana se conformaría a pasar otros catorce en aquella miseria.

La geografia, que debió haber adelantado en proporcion de los descubrimientos, quedaba estacionaria; y solo al cabo de muchos años se pensó en reconocer lo que habia sido ocupado.

La perspicacia de Doña Juana la hizo presentir algo sobre este particular, y efectivamente no se engañaba, porque concluida ya la misa, empezó á reunirse la familia, y sin embargo, ella quedaba en la iglesia. La reina aguardó un poco en la calle, pero Doña Juana haciendo como que ignoraba todo esto, permaneció en aquella posicion largo rato, dirigiéndose luego sola á palacio.

Total de gastos, con hospedaje y alimentos de las tres personas en el Cuartelillo, cinco napoleones. Nada, pues, le quedaba ya que ver, como él decía, cuando le avisaron que era preciso embarcarse, porque estaba la fragata lista para darse á la vela. Esta noticia, que no le sorprendió lo más mínimo, acabó de anonadar á su madre y sacó, por un instante, de su habitual atolondramiento á tío Nardo.

Querían llevarme con ellos, hacerme compartir lo poco de felicidad que les quedaba todavía: me crearía un interior en la casa de mi cuñado; pero rechacé su ofrecimiento con fiera obstinación.

«¿Con quién habla ese hombre?». Acercó la Regenta el rostro a la raya de luz y vio a don Víctor sentado en su lecho; de medio cuerpo abajo le cubría la ropa de la cama, y la parte del torso que quedaba fuera abrigábala una chaqueta de franela roja; no usaba gorro de dormir don Víctor por una superstición respetable; él incapaz de sospechar de su Ana la falta más leve, huía de los gorros de noche por una preocupación literaria.

Algunos sillones mecíanse solos, como si quisieran juguetear entre ellos al verse sin ocupación; las mesas, abandonadas, crujían ladeándose lo mismo que en las evocaciones de espíritus. Sólo quedaba en las ventanas un débil resplandor lívido: la luz eléctrica descendía conquistadora de los techos, invadiendo hasta los últimos rincones.

No si D. Sancho se encargó de hinchir las cisternas, porque á Juan Andrea pedí que lo mandase á los de su cargo de la mar, y él lo mandó, creo, á D. Sancho y D. Berenguel; pero que, como cosa que tanto importaba, estuve muchas y diversas veces todas las horas del día á verlas hinchir, y que venían muchos barriles con la mitad del agua, que fué causa de dilatarse la estada allí, y la verdad es que se hincheron, aunque de espacio, y que la de fuera del castillo se vació dos palmos y cerca de tres, y con todo esto, si nuestra armada no se perdiera, que quedaba demasiada agua para la gente que dejaba, hasta las primeras del invierno, demás que no osara la armada desembarcar su gente, como dicho es, y si lo hiciera se perdiera, lo cual lo confiesan los mismos turcos.

Si no, me quedaba en el barco, escribiendo a Mary. La cuestión del nombre de mi tío Juan de Aguirre, que a veces me preocupaba, se aclaró en Burdeos. Un viejo marino retirado, que tenía una tienda de objetos náuticos, y que navegó con mi tío Juan, me dio nuevos datos acerca del padre de Mary.

Era una ruina humana; pero igual á los palacios en escombros, cuya historia se presiente por un fragmento de estatua ó de capitel descubierto entre los muros derrumbados, este hombre, que robaba á sus camaradas y quedaba en el suelo como muerto después de sus borracheras, tenía siempre en su decaída persona un ademán ó una palabra que hacían adivinar su origen.