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Antes de las diez de la mañana, una hora después del almuerzo, Clara se retiraba á su cuarto y Doña Blanca se quedaba sola en la sala donde estaba de diario. El padre se puso en marcha en punto de las diez llevando al Comendador en pos de . Entraron en el zaguán, y el padre dió dos aldabonazos. La voz de una criada gritó desde arriba: ¿Quién es? Ave María purísima.

Todo se lo he confesado al Padre García, mi confesor, que es un santo, severo consigo mismo y con sus prójimos indulgente. Pero, a pesar de su indulgencia, se resiste a darme la absolución si no me aparto para siempre del mal camino. Es, pues, necesario que nuestras relaciones concluyan. Al llegar a este punto, Arturito se puso tan enternecido que las lágrimas asomaron a sus ojos.

No teniendo, pues, el Padre, más defensa que la confianza en Dios, se puso á rezar el Oficio Divino, cuando vió de repente junto á al cacique de los Quiriquicas, hombre de grande estatura y bien dispuesto; el cual, creyendo que en el Breviario estaban los hechizos que á él y los suyos impidieron el uso de los brazos, hizo fuerza por quitársele de las manos; mas el Padre, con buenas razones y modo propio de una caridad Apostólica, procuró disuadirle de su error, y prosiguió hablando de Cristo y de su santa ley, descubriéndole la perversidad y los engaños de sus Tinimaacas.

Pero Ramiro, agitado, convulso, como si fuera a caer presa de un síncope, se puso a correr delante de ellos, gritando: ¡Álvaro, Álvaro! ¡Que entra la z... en tu casa! Dos criadas se asomaron a la escalera y contemplaron con estupor la escena. El viejo no se detuvo en el principal; siguió hasta el segundo, dando los mismos gritos.

La Baronesa dio una palmada y exclamó: ¡Eso es lo que yo he dicho desde el principio! El comisario, a una señal del juez, se puso a buscar. Pocos muebles había en el cuarto de la muerta. La cama, un ropero con espejo, una cómoda, un pequeño escritorio colocado contra la ventana, en plena luz, y en un ángulo una mesita de trabajo, era todo lo que formaba el menaje.

La reina se puso levemente pálida. Dios nos ayudará, sin embargo dijo , como ya ha empezado á ayudarnos procurándonos á ese joven, que indudablemente es leal. Y amigo de don Francisco de Quevedo... que está en la corte. Pues bien; nos valdremos de don Francisco por medio de ese joven, que pronto será también de palacio y además está enamorado como un loco de ti y con razón...

El P. Gil se puso en cruz, mientras una mirada dulce y melancólica plegaba sus labios. Midieron el largo de los brazos. Después el de las manos. En este punto, médico y jurista tornaron a cambiar otra mirada de inteligencia.

Clementina le miraba en tanto con ojos coléricos. Se puso en pie vivamente, como si la alzara un resorte: luego, refrenando su ímpetu y adquiriendo calma, avanzó lentamente hacia la alcoba, penetró en ella, recogió su sombrero de la cama y comenzó a ponérselo frente al espejillo de una cornucopia, con ademanes lentos, donde se adivinaba, sin embargo, en el levísimo temblor de las manos, la sorda irritación que la embargaba.

¡Ah! ¡El Blutfeld! dijo Juan Claudio ; , , una historia antigua; me parece haber oído hablar de eso. Yégof se puso rojo, los ojos se le encendieron, y exclamó: ¡Te vanaglorias de tu triunfo! Bien; pero ten cuidado, ten mucho cuidado: la sangre pide sangre.

El presidente del Consejo de ministros, que ocupaba el asiento frontero al del anfitrión, se puso de pie y con una copa en la diestra, rebosando de espuma. Comenzaban los brindis. Aquí fue donde la naturaleza deleznable del marqués sintió ciertas sacudidas eléctricas que le produjeron inevitables alucinaciones y desfallecimientos.