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Aquí pudimos reponernos, y cuando la tripulación ya se encontró con fuerzas, nos pusimos en derrota, camino de Europa. A la altura de San Vicente, un barco de guerra inglés nos dió caza dos veces, y a la última nos destrozó la arboladura de El Dragón a cañonazos.

Y respondió el joven egipcio: Yo soy siervo de un amalecita, y me dejó mi amo hoy hace tres días, porque estaba enfermo; 14 pues hicimos una incursión a la parte del mediodía de Cereti, y a Judá, y al mediodía de Caleb; y pusimos fuego a Siclag. 15 Y le dijo David: ¿Me llevarás a aquel ejército?

Así dice en la epístola á D. Antonio de Mendoza: «Necesidad y yo partiendo á medias El estado de versos mercantiles, Pusimos en estilo las comedias. Yo las saqué de sus principios viles, Engendrando en España más poetas Que hay en los aires átomos sutiles

Saben que es preciso vencer y desarraigar las pasiones; pues no señor, siempre aferradas a la ilusioncita... Tijeretas han de ser... En resumidas cuentas, que usted no quiere salvarse. La pusimos en el camino de la regeneración, y le ha faltado tiempo para echarse por los senderos de la cabra. ¡Al monte, hija, al monte! Bueno; allá se entenderá usted con Dios.

Salimos, pues, juntos del jardín; le tuve el estribo mientras montaba á caballo y nos pusimos en marcha hacia el castillo. Al cabo de algunos pasos: ¡Dios mío! señor me dijo, he venido á incomodarlo no muy á tiempo me parece. Estaba usted en buena compañía. Es verdad, señorita; pero como lo estaba hacía largo tiempo, le perdono, y aun le doy las gracias.

Como ya eran muy cerca de las diez y no duraría el funeral menos de dos horas, y los forasteros habían de volver a sus hogares después de comer en el mío, y las tardes eran muy cortas, nos pusimos en marcha inmediatamente, acompañándonos Neluco y también su hermana y Mari Pepa, muy enlutadas. Al viejo Marmitón no le permitimos salir de casa.

De pronto la puerta se abrió, y ambos nos pusimos de pie; pero en vez de la linda joven chispeante y de corazón noble, con voz musical y semblante alegre y franco, entró el hombre barbudo, de anteojos, arcos de oro, que en un tiempo había sido contramaestre del buque Annie Curtis, de Liverpool, y después el socio secreto de Burton Blair.

Así con las tenazas el libro, y le saqué de la chimenea donde olía mal, arrojándole a la jofaina. Prometí a Amparo hacer un auto de fe con todos mis malos libros, y mediante esta promesa se restableció nuestra buena armonía. En seguida nos pusimos a almorzar. Yo había cuidado de que el almuerzo fuese muy sencillo y compuesto de alimentos acomodados a las costumbres de Amparo.

TERPSY. ¡Ahí tiene usted a los hombres...! Se preocupan de nuestra fidelidad aun después que ellos fueron los causantes de nuestra caída... Un día, o, mejor dicho, una mañana, había venido conmigo un viejo cómico, que tuvo antaño talento, un tal La Tharillière... GILBERTO. ¡...! ¡Lo recuerdo...! TERPSY. Como no tenía ganas de... reír, nos pusimos a charlar.

Al siguiente dia, á poco mas de las once, viendo que aun no volvian los comisionados que habian salido en busca de víveres, resolví regresar al rio para embarcarme y proseguir mi viage; pero no tardaron mis tres indios en llegar tras de mi con algunas provisiones. Inmediatamente nos pusimos en marcha, dejando el pais de los Yuracarees y vogando resueltamente hácia regiones desconocidas.