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"Apenas pusimos los pies en la ribera, cuando un escuadrón de pescadores, que así lo mostraban ser en su traje, nos rodearon, y uno por uno, llenos de admiración y reverencia, llegaron a besar las orillas del vestido de Auristela, mi hermana, la cual, a pesar del temor que la congojaba de las nuevas que la habían dado, se mostró a aquel punto tan hermosa, que yo disculpo el error de aquellos que la tuvieron por divina.

Y habiéndolo así egecutado, nos pusimos en marcha, y á las cinco de la tarde llegamos á un arrojo bien grande y barrancoso, pero el agua es salobre. Aquí paramos; nos pusimos á pescar con unos anzuelos que se hicieron de unas agujas, con los que se pescaron muchas truchas.

Vea, José dijo Melchor, dirigiéndose al sirviente de la estancia que les acompañaba con una lámpara en la mano, ponga todo en los baños, prontito, y encienda las luces. , señor. Oiga, José... ¿dónde ha puesto los equipajes? Lo suyo está en su cuarto; los otros los pusimos en la pieza grande.

Agité la mano en señal de despedida, pero la bajé inmediatamente dando un grito, porque una bala me había alcanzado en un dedo. Sarto se volvió hacia y sonó otro disparo, pero como sólo tenían revólvers pronto nos pusimos fuera de tiro. Entonces Sarto se echó a reír. Uno yo y dos usted dijo. No lo hemos hecho mal y el pobre José tendrá compañía.

El látigo chasqueó y nos pusimos en marcha, pero cuando llegamos al camino real, la diestra mano de Yuba-Bill hizo que los seis caballos cayeran sobre sus patas traseras y la diligencia se paró bruscamente: allí, en una pequeña eminencia junto al camino, estaba Magdalena, flotante el cabello, centelleantes los ojos, ondeando el pañuelo y entreabiertos sus labios por un último adiós.

Caminamos de madrugada rio arriba como dos leguas, buscando paso, y habiéndolo pasado con bastante trabajo por estar casi á nado y tener que pasar las municiones á pié, luego que nos pusimos de la otra banda, dió órden el Comandante para que el Teniente D. Francisco Macedo se aprontase con 30 hombres del Cacique Lepin y Alcaluan, y marchasen con la carretilla á incorporarse con los demas que estaban en la toldería del Cacique Lincon, y unidos con las familias de estos caciques marchasen al Arroyo del Cairú, con la órden de esperarnos allí hasta nuestro regreso.

Anduvimos 15 leguas, y llegamos al pueblo de Gaberetho; despues fuimos á 16 leguas á otro, llamado Barotio, desde el cual, en nueve dias, nos pusimos en Berede, pueblo que dista del antecedente 54 leguas.

Al fin, ya toda la gente rebelada contra el huésped, y dice que le dejemos, porque nos quieren moler á palos. Con este divino aviso pusimos tierra en medio, y aquella misma noche nos fuimos con más de cinco reales que se habían hecho.

En los mojos de aquestas cañas vimos, Con agua bien sabrosa, mas gusanos, Ni dentro ni de fuera los sentimos En toda la montaña ni en los llanos. Las cañas por cumbreras las pusimos, Con tener otros palos muy cercanos, Mas no habia que temer, que la corteza Tenian de terrible fortaleza.

Verdad es también que la cara que les pusimos nosotros no era para engendrar respuestas de cortesía. Al cruzarme con ellos llevé instintivamente la diestra a la cintura, donde tenía, debajo de la espesa cazadora, un revólver de seis tiros, y bien sabe Dios que no por recelo de los hombres.