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Sus ojos cerrados veían las negras pupilas de la regia señora, maternales y amorosas. Todas las mujeres, al aproximarse á él, tomaban algo de aquella otra que dormía seis siglos en lo alto de un muro. Cuando su madre, la dulce y pálida doña Cristina, dejaba por un instante sus labores y le daba un beso, veía en su sonrisa algo de la emperatriz.

Las negras pupilas de la brigadiera no tardaron en caer de nuevo sobre él, y detrás de aquellas pupilas se agitaba ahora un pensamiento tan egoísta y mezquino como acorde con nuestra flaca naturaleza. Aquel chicuelo que tenía delante iba a privar a su hermosa y adorada hija de una mitad de fortuna, por lo menos.

á lo que se expone una mujer cuando va á solicitar el apoyo de los hombres. No... Eso sería peor que la cárcel. Y por las pupilas de Torrebianca, que mostraba á veces un temor pueril y á continuación una gran energía, pasó cierto resplandor agresivo al pensar en los peligros á que podía verse expuesta la fidelidad de Elena durante las gestiones hechas para salvarle.

Al día siguiente, encerrado con el general en uno de los dos kioscos del jardín, le conté mi lamentable historia y los motivos fabulosos que me impulsaron a venir a Pekín. El héroe me escuchaba silencioso, retorciéndose sombríamente su espeso bigote de cosaco. ¿Sabe usted el idioma chino? me preguntó de repente, clavando en sus pupilas sagaces.

Descanse usted dijo con dulcísima voz Artegui, hablando blandamente, como se habla a los niños . Apoye usted la cabeza en el almohadón... ¿Quiere usted ..., alguna cosa? ¿Se siente usted mejor? No, descansar, descansar. Así... así... Lucía cerró los ojos, y recostándose en el diván, calló. Artegui la miraba ansioso, dilatadas las pupilas, y estremecido aún de sorpresa y de asombro.

Elena acogió tales palabras con movimientos de cabeza afirmativos, al mismo tiempo que sus pupilas parecían sonreir maliciosamente. Este buen padre de familia exageraba un poco su importancia. Pero antes de marcharme he creído conveniente venir á verla para que tratemos de un asunto relacionado con mis futuros negocios.

Fijó entonces sus pupilas, con profunda atención, en el descarnado rostro, y al reparar en la beatitud inefable que bañaba los párpados, comprendió que aquellos ojos hablan contemplado, antes de extinguirse, alguna visión deslumbradora del Paraíso. Dejole caer una flor sobre el pecho, y otra, y otra después...

Viéndole de tal modo, con la desesperación impresa en el semblante, Clementina dejó al cabo de hablarle en aquel tono. Movida de piedad comenzó de nuevo a besarle cariñosamente. Pero él rechazó sus caricias; la apartó con suavidad diciendo: ¡Déjame! ¡déjame!... Así me haces más daño. Dos lágrimas asomaron a sus pupilas y estuvieron largo rato allí detenidas.

Quiero saber lo que es eso dijo con resolución. Pero se entenebreció su gesto, se juntaron sus cejas, y un fulgor azulado animó el polvillo de oro de sus pupilas. No, bruto mío; no me hagas caso: no lo intentes. Saldrías perdiendo. El consejo era justo, y Gallardo tuvo ocasión de acordarse de él.

Una ligera palidez decoloró sus pupilas. Su pecho se dilató y su respiración se hizo penosa, mientras volvía a su cuarto. Pero aquella emoción parecía más bien signo de una fuerte voluntad que un acceso de temor. Dirigió una mirada suplicante al cielo y se sentó junto a la mesa. Allí tomó su labor y esperó con indiferencia afectada la llegada de Mathys.