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CAPACHO. ¿Luego no vee la doncella herodiana el señor furrier? FURRIER. ¿Qué diablos de doncella tengo de ver? CAPACHO. Basta: de ex illis es. GOBERNADOR. De ex illis es, de ex illis es. JUAN. De ellos es, de ellos, el señor furrier; de ellos es. FURRIER. Por Dios vivo, que si echo mano a la espada, que los haga salir por las ventanas, que no por la puerta. CAPACHO. Basta, de ex illis es.

Una vieja sirvienta abrió la puerta, y preguntó mirando al aya con ojos escrutadores: ¡Ah! es para un testamento. ¿No es eso? Entrad, el notario todavía duerme; voy a despertarlo. Marta le dijo al entrar: Buena mujer, os equivocáis; deseo hablar al joven señor Bergams. ¿Tan temprano? Y en seguida.

Nada más curioso y original que el escritorio de don Eleazar; un edificio bajo y antiguo con un vasto y desierto patio a la entrada, enlosado con grandes piedras color pizarra, perpetuamente húmedas y empañadas por una eterna capa de verdín. Frente a la puerta de la calle, tres cuartos, cada uno con tres puertas al patio.

7 Y Dios le dio ayuda contra los filisteos, y contra los árabes que habitaban en Gur-baal, y contra los Meunim. 8 Y dieron los amonitas presentes a Uzías, y su nombre fue divulgado hasta la entrada de Egipto; porque fue altamente poderoso. 9 Edificó también Uzías torres en Jerusalén, junto a la puerta del ángulo, y junto a la puerta del valle, y junto a las esquinas; y las fortificó.

Jenny no se tomó tiempo para quitarse el sombrero y el abrigo. Dió el brazado de flores á la doncella, abrió la puerta del salón y entró. Sentado cerca de la ventana, en aquella pieza amueblada de un modo macizo y sin gracia, á la inglesa, Sorege se entretenía en mirar la calle.

Salía de aquellos lugares afligido. Me encerraba en mi casa, abría otros libros y velaba. Así sentí pasar bajo mis ventanas las fiestas nocturnas de Carnaval. Algunas veces, en plena noche, Oliverio llamaba a mi puerta. En seguida reconocía yo el golpe seco del puño de oro de su bastón.

Corrió Fortunata al ventanillo, miró con cuidado y... el otro salía embozado en su capa con vueltas encarnadas. La emoción que sintió al verle fue tan grande, que se quedó como yerta, sin saber dónde estaba. Hacía tres años que no le había visto... Observó un hecho muy desagradable: al salir el tal, no había mirado a la puerta de la derecha, como parecía natural... Estaba enojado sin duda...

Don Benjamín era felicitado por la manera severa y eficaz con que había enseñado la puerta de la calle a los revoltosos. Los señores Palenque, don Policarpo Amador, don Narciso Bringas y don Pancho Fernández, rodearon al doctor Trevexo y la sesión continuó como si nada hubiese sucedido.

Vestía una bata elegante y tenía los cabellos recogidos en una cofia blanca con lazos de seda encarnados. Estaba bastante pálida y tenía los ojos con señales de haber llorado. El P. Gil se detuvo a la puerta y frunció el entrecejo. Entre usted, padre, y siéntese aquí en esta butaca dijo ella desde una sillita, mirándole con dulzura. Ya estoy bien. He pasado una noche muy mala.

Volvió a oír allí los lamentos: unos ayes histéricos de mujer llorosa, alaridos de muchachos, semejantes al aullar de perrillos abandonados. La familia de Pachín gritaba frente a la puerta de la enfermería, defendida por un marinero impasible.